Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

jueves, 23 de mayo de 2013

Incongruencias

La seguridad en uno mismo no existe, es algo inventado, mental; pero poderoso. Es un fantasma. Medir las decisiones y asentir: nunca sabes qué es lo que debes hacer, pero sí lo que quieres hacer; y aún decimos que no sabemos decidir. Por supuesto que sabemos, es un acto más de La Commedia dell'Arte, o della Vita. Siempre hay cosas que sabemos que se ocultan al otro lado de la puerta de nuestra mente que ve desde lo más profundo de nuestros deseos hasta el más insoportable dolor. La seguridad es imponerse, es franca, pero también rauda y veloz, y tan deprisa viene como se va. Lo que nos queda es el campo visionario del espectro que deja en nuestra memoria, que consultamos cual manual de instrucciones del que un día podremos prescindir porque supimos cómo funcionaba el mecanismo del sentimiento.  
Texto: JUNIO 2012

domingo, 10 de febrero de 2013

De cómo escribir en pasado cuando aún era presente



Le costaba irse, dejarme. Sus palabras siempre intentaban tranquilizarme porque era lo que él necesitaba. “Cuando queden cinco”, decía, pero no me gustaba permitírselo. Irse. Al menos, irse así. Me preparaba. “Me voy, ¿vale?” Pero se giraba y se iba, sonriendo, sin que pareciese que el suelo se convertía en una cama de agujas a cada paso. Se iba sin mirar atrás. Bueno, tan sólo a veces; y si lo hacía era cuando tan sólo un paso lo separaba aún de mis brazos. Yo sabía que no quería irse, no dejaba de mirarme. Cruzaba la calle hacia la otra acera y el paso ligero lo engullía. Me gustaba verlo alejarse, desaparecer, conociendo sus pasos. Una vez en la subida por la derecha nunca miraba hacia atrás, y su mano, también derecha, buceaba entre los corales de rizos que era su pelo. Sus ojos, el color de la brisa que él daba a Madrid.

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La muerte de las cosas que pudieron ser, y no fueron. De las que quisieron ser y no pudieron. De las que quedó huella invisible, huella exhausta tras la acusación de ser la culpa. Ésa era una de las peores muertes: la de las cosas desaparecidas e inertes ahora de lo que antes fueron vestigios de grandes icebergs que, al verse venir hacia acá, se decidieron ahogar.


Textos: MAYO 2012

El ladrón de agua



Me ha robado el ladrón de agua y ahora no quiero aparecer. Soy transparente a su lado y me huele como un loco. Me abraza, me mima, me tira, me caigo y se baña en mí y me besa como si no fuese a aparecer nunca más. Como si me perdiese sin remedio, sin solución. Al cerrar los ojos, soy dolor en lo más profundo de su ser. Soy peces rojos que nadan sin flotar. Soy un hogar que es el camarote de un barco. Soy un piso inundado donde las pastillas de jabón no engordan, donde los trapos hechos jirones se reinventan, donde los zapatos se esconden bajo la mesa y no las camisas bajo el sofá. Me gusta estar llena de él. Se baña en mí para no desperdiciarme, para que no le duela verme desparramada y esparcida por el suelo. Y dentro del hogar bajo el agua, me mira en silencio sin pronunciar palabra, cae dentro de mí y gime intenso y atrapado y, en su infinita locura, me ama. Que yo vuelva a mi cauce sin él debería no ser posibilidad.
Se enreda conmigo y no le dejo dormir. Se mueve mi oscuridad en su silencio y perturbo sus pocas horas de sueño. Los largometrajes asiáticos nos hacen reír y cantar, y los de Oriente Medio nos ahogan y me hacen llorar mientras lo apreso entre mis brazos. Ha olvidado cómo parpadear. Yo no me acuerdo de respirar. Su pelo me desafía. El sofá no quiere dejarnos ir. Quién va a amarse sobre él si nos vamos, quién va a desaparecer si ya no estamos, quién va a disfrutar lo que hemos cocinado, quién subirá las escaleras con los pies ávidos para encontrarle, quién lo abandonará por una azotea de sol cambiante. Me gusta disparar con él, concentrados en sonreír. No hay alto en el fuego.
Me gusta sin vinagre ni miel, me estruja como si me fuera a romper. El sexo de los domingos dice que los lunes nunca volverán a nacer; como si el sol no se fuese a volver a poner me señala el cielo incendiado, adonde disparo sin oxígeno. Me escribe frases con letras como nosotros, que no tienen espacios por si las fuesen a matar. Le dije que tendría que vivir con la enfermedad, que ya no podría curarse. La realidad escapó por los desagües. En el quinto piso sin techo las chimeneas y los tubos dejan salir las respiraciones que habíamos perdido. Cuando la luz daña los ojos, el té hierve para templar el interior de los cuerpos.
Las hojas de jazz están hechas de lunares. Me pisan sus pies tímidos que tanto me buscan en mi ausencia. Ama mis silencios punzantes bajo la piel, los silencios que se funden con su sangre, que le dan de beber, que lo reflejan en mí; que lo borran y me hacen ondas cuando me toca. 
Hoy me fui sin querer avisar, pero volveré para improvisar dos billetes de avión en las servilletas de papel que duermen junto a las migas de pan sobre el mantel, junto al olor del café recién hecho y de su miedo por el fin. A mí me asusta la luz del día que me quiere intuir. Nos proyectamos en un universo de frases de guiones de cine que nos mecen en los labios de Mae West para dormir. Las canciones que saben insistir nos llevan hasta California soñando. Por los poros de mi persiana entra la luz para esperarlo. Las palabras que no se atreven a nacer aún no estremecen los oídos, y las que se refugian bajo la lengua son fusil en nuestros ojos. Sus pies hablan de puntillas entre el baño y la cocina. ¿Te gusta la piña? Vivimos en las nubes atrapadas entre dos antenas y, con el fuego, a nuestra izquierda, nos teñimos de color azul. 

Texto: FEBRERO 2012

Madriz



Los tejados de pizarra negra entablan sacra conversación con los cipreses. Los cristales reflectantes quiebran la armonía del color ladrillo. En Madrid hay puentes verdes para sobrevolar las carreteras. Hay naranjos tristes y avergonzados a la sombra de los abetos. Los árboles muertos y desnudos en invierno descansan más que los vivos y vestidos. Hay campos perennes que no se los lleva el frío, hay zarzuelas y coplas sonando en un infierno blanco donde los árboles no se mojan porque están congelados. Hay plantíos infinitos en Madrid a la luz del día que descansan en alquiler a merced del tiempo.
Los geriátricos se acuestan pronto para rozar el sol del alba en las villas, y un sonido global se graba a cada milla. Las imágenes del tráfico dan calor en las plazas. Los magos se esconden en sus casas. Las antenas fuman el asfalto dormido bajo el sol. Los carteles exhiben anuncios de sexo gratis en los horizontes perdidos. Llanos son los campos y sus heridas. Sangran las carreteras mientras los prados verdes no se oxidan. Crecen muertas las encinas. Ondean las banderas a la luz de las bombillas, al grito de la muerte en las bocinas. Las sombras de las piedras entorpecen las esquinas. No se ven semáforos ni jaurías; hay camiones en las vías. Los canales de las aguas braman en calma su fatiga. Entre los álamos hay cuevas sombrías. Los castillos gritan su agonía. Las construcciones olvidadas temen por sus vidas. Se vende en blanco y sin garantías. Los arbustos a salvo observan varios árboles degollados sin color. La espera de los columpios muerde con rabia el silencio de los ruidos. El metal suena en los frenos. Las agujas y las cadenas son livianas y se las lleva el viento, y el olor de las ruedas se infiltra en los llantos de las montañas. Nacen distintos verdes en las encrucijadas. Cables enredados en las llantas. Los jardines se olvidan en las radios de las masas, y el olor de la gasolina nunca empalaga.  

Texto: FEBRERO 2012

Apocalipsis



Los círculos con lazos de papel de regalo se han cruzado con las nubes con luces de neón. Los carteles rezan que no se debe rezar. Las gotas no deben salpicar, ni las olas saltar. Hoy se destruye y quema la vida en los bosques de las flores inertes que han crecido siempre verdes. Vida humeante como arroz, como wabi japonés, como el té a punto de sonrojar.
Vivir es el miedo. Afrontar, coser, barrer, sentir, matar, caer en el miedo. Tragar palabras. Vomitar llantos. Aún no me ves vivir del todo porque tengo un miedo inconsciente, incontrolable, sin ser específico. Con el peso de estas cadenas que protegen mi desnudez te pido perdón. Esta piel vulnerable al frío necesita tu calor, pero le aterra tu tacto porque desaparece contigo.

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Entre blancas y corcheas soy el silencio que no cesa. Las aguas tiemblan por su quiebra contra mi pecho. A mis pies, las líneas de los ángulos que nos observan han quedado de piedra. Los pájaros que permanecen atrapados en el torbellino de mis sonidos negativos pían al terminar mi Obertura 2012, doscientos años después. El despliegue de armas va a dar comienzo entre olivos y encinas. Rosas sin espinas cantan que ya no hay atrás. Es el fin de los días.

Textos: FEBRERO 2012

Versos a la Muerte



El frío es una aguja incendiada que muerde, que cose la piel cruda, sin hacer. Se indigestan las heridas y colapsan las vías asediadas del ardor que causa el regocijo del alcohol que, envidiado por el petróleo, se expande sin teñir, se mezcla sin formar, contamina sin voracidad cada río de glóbulos rojos que bañan y riegan mi árbol interior.

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Nieve. Siguen siendo agujas escondidas, o tal vez perdidas, en la nieve. Copos de nieve son centímetros de muerte. Tiempo congelado, al punto derretido. Las agujas marcan un punto exacto, un momento, lo efímero del golpe preciso. Las agujas pinchan la nieve, la enhebran. Enterradas bajo los centímetros marcan la nada. Quiere derretirse, pero no lo sabe. 
Las horas ya se habían deshecho, y buscaban las agujas en la nieve en el piso equivalente al nivel -2. Las agujas inertes, que no se mueven, afiladas, perdidas en el vacío de la inmensidad inabarcable, bajo las mantas del invierno a cuadros y a rayas. El color rojo. Sangra toda esta nieve traspasada por las agujas fugadas. Las agujas fugaces que marcan el ahora. El reloj ha muerto. No hay líneas paralelas, sino de muchos tipos perpendiculares, que se cruzan, que chocan en el momento exacto. Como cuando algo no es creíble, existe esa sensación de broma muy mala que no hace gracia. Es un chiste negro terrible. Silencio. Échame sal, soy muerte vestida de nieve.
El hielo ha congelado la voz. Los silencios tienen eco y suenan, y resuenan en toda la montaña. El ruido del fuego mordiendo la madera y cada una de mis neuronas. La voz del viento audible, que es la única que habla, baja el volumen. Los corazones también mordidos y hundidos en la nieve, ahogados en los gritos y en los llantos que pronto habitarán el fondo verde bosque de la piscina. Duerme el agua helada bajo el canto de algunos pájaros. Tienen hambre y el frío les arranca la vida. Las ramas duelen. Las raíces gritan. Las hojas arrancadas de la vida por fin se disponen al descanso. Los cristales te miran a los ojos sin una sola queja. El azote de la muerte en el viento abraza cada árbol. Los copos apilados, cosiendo una segunda capa de piel que congela el aire propio de las respiraciones. Las placas de hielo se suicidan desde los tejados sin haber escrito una nota de despedida.
Ven y échame sal en la nieve helada, que hoy resuena el eco de mi ausencia. Silencio. Retumba el silencio en las voces dormidas. Dicen que la carne es débil y olvidan que la vida es frágil. ¿Cuánto dura la vida de un copo de nieve? Duele lo frágil del hielo, que no se quiere fragmentar; de la nieve, que no quiere cuajar. De este frío que por no dar su brazo a torcer no piensa cesar jamás.

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La Nieve bosteza con la mente en negro a las diez en punto de la mañana. Con esfuerzo en las extremidades se levanta del suelo. Tropieza consigo misma al caminar. Coge una taza de porcelana blanca del aparador. Busca su reflejo y no se encuentra. La llena de agua fría para su té blanco mientras se cruza de piernas. Se descruza. Se muerde las uñas, impaciente. Saca la leche de la nevera blanca, y redunda en su propio color. Cree que no puede verse a sí misma, pero es incapaz de no estar presente en todo a su alrededor. Los cubitos del congelador, que no falten. Ahora, el turno del azúcar. Saca una cuchara blanca, también de porcelana. Se lamenta de no poder utilizar cosas de plástico, ese maldito conductor del calor. Bebe su té en el sillón, frente a una chimenea glaciar, de hielo, toda congelada. El azul y los colores de la aurora boreal del frío del norte, que se han roto en mil pedazos, la mantienen a su temperatura ideal. A través del cristal gélido de los ventanales de toda la casa se ven caer copos de la casualidad que rige la vida.
Contempla, entre sorbos, los pinos a los que viste. Sorbete de té. Sí, era sorbete, había vuelto a abrir el refrigerador para echar unas gotas de limón. Sin lo amargo, la vida no es vida, se dijo entre sus dientes blancos. Sé lo que estáis pensando, pero la Nieve no podría tomar agua hirviendo para un té. No hay nombre para ese fenómeno hipotético... Ni para tantas cosas reales que tampoco se asumen, que no se digieren, no se abarcan por su inmensidad. No se entienden. Hechos que han parado el tiempo, pero no. 
Las agujas ya salieron de entre la nieve, listas para retomar las horas perdidas en el reloj muerto, ¿o eran las horas muertas de un reloj perdido? ¿Qué hace la diferencia? ¿Qué es estar perdido, y qué estar muerto? En el sueño no hay diferencia, hay limbo y purgatorio en ese estado de la mente que todo lo torna oscuro pero cuya claridad te ciega, como la nieve. En los sueños se está perdido, ésa es la diferencia. En los universos paralelos no hay puntos de unión, por eso las horas muertas o perdidas esperan su turno en los universos perpendiculares, llenos de cruces de caminos. Todos llevan a cualquier sitio a pie. No hay asfalto, no existen los semáforos porque no existe el tráfico. No hay accidentes porque se burla la casualidad. ¿Quieres ser uno de mis puntos de unión? Hasta que los universos nos separen. 

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Ya no queda nieve, los centímetros de nieve entre medias han desaparecido. Fue una tarde y asfalto, varios pares de ruedas. Los centímetros que separan las vidas cosen botones perdidos. Besos de puntillas, trastos de andar por casa. Maletas sin siglas. La nieve se comió unos zapatos que nunca volvieron a andar, unos pies pequeñitos que no corrieron más, que no volvieron a llegar para abrazar y que, sin embargo, no se irán nunca porque han dejado su marca en un perímetro de nubes que abarcan demasiado.

Textos: FEBRERO - MARZO 2012
A ti, Lola, un año después.