Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

martes, 14 de agosto de 2012

Vértigo



Calambres en los pies; las manos, dormidas. Hoy muerde sin saña en sus delirios; muerde sin pausa todos y cada uno de sus deseos confusos, pero no los lastima: los guarda, los cuida. Mima con el calor de sus dientes. Hoy gritan que tu pájaro verde puede cantar, ritmo pop-swing. Pero no me puedes ver; y cantan. Hay días en los que quisiera sonreír con las manos para desabrocharte el pantalón con los dientes de mi alma. Y que no fuese delito ni pecado, ni que se te atascasen mis cadenas. Perpetuamente oirás los chasquidos, el ruido hueco del trinar de mis dientes contra el metal. Botones indecisos y resistencia. Tu lengua me recorrería los pies y tu ombligo me miraría fijamente a los ojos. Inmovilidad quieta, silenciosa, aullando en la sordera de la noche con ruidos, más ruidos, y viento leve. La piel que te cubre se rebela en tu contra y quiere huir. No, eres tú quien quiere despojarse del disfraz más natural, la capa primigenia, que ahora fuera.

El suelo todavía está húmedo. Amo mirarlo mojado y perderme en los reflejos de la luz que me devuelve, en las hojas de otoño, en los garabatos en la piedra, en las imperfecciones del cemento. La textura perfecta del ruido, tersa, suave, firme y maleable, amoldable. Comestible. Que se puede acariciar con tacto peligroso, como el de unos dientes. Ese ruido de las sombras que es más audible que mi voz en llamas cuando te grito por si te pierdes. Ven a cantarme cuentos, a contarme canciones, a describirme al oído cómo ves la vida con los ojos alados, la boca llena de ganas, las manos vacías. Cómo me gusta amar. Amar tus manos tan llenas de deseo en ese imaginario sin fin pero asequible en mi realidad, al otro lado de la única pared que se mantiene en pie.

Erguida sobre ideas inertes espera, paciente, por si acontece. Puede ser, cuando hay derrumbes. Las uñas te crecerán para dentro si no rascas mi sarna, si no me alimentas. Hambre. En paz, con constantes vértigos, hambre que no quiere calmarse y entrar en calor por miedo a perder su voz. Es un hambre que delira, que gusta de existir y precisar atención cuando se requiere; que emana ruidos de guerra y violencia, del misticismo de Gauguin. De las inquietudes muertas que sólo el propio hambre puede volver a prender y quemar después de vivir.


Texto: NOVIEMBRE 2011

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