Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

domingo, 26 de agosto de 2012

El espejo


Me gusta tu espejo. Con tu tiempo y el mío no hay asfixia en las horas. Delirios ajenos y demencia muy tosca. Envidias que no curan, que se proyectan y se estrellan; que no causan impacto en nuestras paredes de oxígeno en papel de burbujas, que no pinchan, que no punzan. No pueden traspasar el ardor de esta atmósfera tibia, condensada en el vacío sin enjaular en tarros de cristal. Sin vergüenza ni temor. Con la pureza del mirarnos. En las alturas no hay dificultad. Ojalá encuentres tu sitio y seas feliz en su perímetro. Cuando los círculos ajenos están sellados no cabe intento de dañar. Las esferas circulares cuya continuidad no se rompe ni se destruye, donde la velocidad la marcamos los maquinistas. Conducimos trenes privados donde no cabe personal ajeno, donde no pica otra curiosidad que la dual, la inmensa en la reciprocidad doble que para y oxida las agujas del reloj. Huele a carbón y es lo que queda en la despensa, infinita en fuerzas, renovable en energía, reciclada en material. Para que sea justo perdernos en la Naturaleza.
Me gusta tu espejo. Tus pies se enredan, y uno de tus rizos anida en el suelo y duerme junto a tus zapatillas, sin aire y sin viento; verde fresco como tú. Vivo, atado entre cordones liberados, libres, libertarios. Cordones de huida en tus pies rápidos, que me recorren en el camino para tu llegada en mi mente. Corsarios a la deriva dormida, que reman con mirar, con el ansia de besar, de llegar, de beber sin respirar.
Y es tu agua retinal la que calma mi sed, la que ahoga mi fe en lo demás. Se concentra el té en el fondo y el sabor dulce que retiene la amargura del café, que desaparece de una vez. Sabe a tantas cosas como queramos. Los azucarillos geométricos se triplican en tu estantería de cubitos de palabras, amontonadas con esmero y unanimidad, sin espacio para el polvo en las cornisas de las ventanas. El alféizar de las baldosas con mi nombre a cada paso en cada pie del subir por tu escalera, que me abraza como si no existiera, como si no hubiera manera. Yo te alcanzo en el sueño con tu olor a mi madera, húmeda y seca, suelo paciente que te espera en mi ceguera. Para reconocer el sabor de tu mirada me sobra y me basta la oscuridad de tu cama.

Texto: ENERO 2012

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