Me gusta tu espejo. Con tu tiempo y el mío no hay asfixia en las
horas. Delirios ajenos y demencia muy tosca. Envidias que no curan,
que se proyectan y se estrellan; que no causan impacto en nuestras
paredes de oxígeno en papel de burbujas, que no pinchan, que no
punzan. No pueden traspasar el ardor de esta atmósfera tibia,
condensada en el vacío sin enjaular en tarros de cristal. Sin
vergüenza ni temor. Con la pureza del mirarnos. En las alturas no
hay dificultad. Ojalá encuentres tu sitio y seas feliz en su
perímetro. Cuando los círculos ajenos están sellados no cabe
intento de dañar. Las esferas circulares cuya continuidad no se
rompe ni se destruye, donde la velocidad la marcamos los maquinistas.
Conducimos trenes privados donde no cabe personal ajeno, donde no
pica otra curiosidad que la dual, la inmensa en la reciprocidad doble
que para y oxida las agujas del reloj. Huele a carbón y es lo que
queda en la despensa, infinita en fuerzas, renovable en energía,
reciclada en material. Para que sea justo perdernos en la Naturaleza.
Me gusta tu espejo. Tus pies se enredan, y uno de tus rizos anida en
el suelo y duerme junto a tus zapatillas, sin aire y sin viento;
verde fresco como tú. Vivo, atado entre cordones liberados, libres,
libertarios. Cordones de huida en tus pies rápidos, que me recorren
en el camino para tu llegada en mi mente. Corsarios a la deriva
dormida, que reman con mirar, con el ansia de besar, de llegar, de
beber sin respirar.
Y es tu agua retinal la que calma mi sed, la que ahoga mi fe en lo
demás. Se concentra el té en el fondo y el sabor dulce que retiene
la amargura del café, que desaparece de una vez. Sabe a tantas cosas
como queramos. Los azucarillos geométricos se triplican en tu
estantería de cubitos de palabras, amontonadas con esmero y
unanimidad, sin espacio para el polvo en las cornisas de las
ventanas. El alféizar de las baldosas con mi nombre a cada paso en
cada pie del subir por tu escalera, que me abraza como si no
existiera, como si no hubiera manera. Yo te alcanzo en el sueño con
tu olor a mi madera, húmeda y seca, suelo paciente que te espera en
mi ceguera. Para reconocer el sabor de tu mirada me sobra y me basta
la oscuridad de tu cama.
Texto: ENERO 2012
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