Te
miro y me absorbes. Yo lamo y tú escondes. Llamas para entrar. Tengo
un saco lleno de palabras vírgenes improvisado en un calcetín de
hilos de lana. La pureza de ese agua setenta por ciento de tu cuerpo
que de transparente es punzante insiste en tu nitidez, que duele al
reflectarse en mí. Es dolor por desconocer la imagen que te devuelve
la verdad de mi espejo. Mis ojos cerrados se adentran en tu piel, tu
deseo se abre camino a través de mi cuerpo. Son tus deseos oscuros
tus secretos deseados de violar conmigo en tu cama. Los puñales
dormidos se esconden bajo las tiras de mi piel junto al sabor oxidado
de mi sangre. Es el olor a hambre, al movimiento de las mariposas
gástricas que hacen perder el equilibrio de los nervios y que
acaban, pegajosas, como regalo extraño para ti. Recuerdas el olor a
mantequilla derretida, a cucharadas de calor para endulzar, a
vísceras edulcoradas de repente. En
ocasiones, el hambre enajena, destruye las gotas de cordura, la
propia y la ajena. Lávate las manos y a comer. La guerra fría está
servida sobre el mármol blanco de una tabla que gotea. Hoy sin ti
sobre la mesa no tengo qué llevarme a la boca.
Me
rugen las tripas de ti, soy ruido. Hace poco te mordías los dedos
para no escribir. Mi terquedad por mordisquear tus ideas, por
acostarme una y otra vez con tu mente. Enhébrame con fuerza, usa
todos tus ovillos conmigo. Todo mi hambre es de ti. Te gusto
impronunciable, aunque prefieres soñar con tu instinto que tantas
veces me ha desnudado ya. Mis ojos te violan una y otra vez, en un
descanso pausado. La lengua te sabe a vino. Te voy a comer el
corazón. Cóseme, te estoy esperando. Me gusta cómo bailas
nocturno, a ciegas, mi vals oscuro del deseo; cómo imaginas mis
movimientos obscenos más delicados, cómo despertar conmigo. Tu
miedo huele igual que el mío. Mientras afilas mis pies voy a peinar
las arrugas de tus sábanas, bailar en singular en el suelo y danzar
de puntillas en el sofá.
Me
haces tantas cosquillas dentro que voy a estornudar de ti con cara de
placer. Silencio sin quietud. Zozobra. Baldosa, pero no azulejo. Yo
bebo de tus manos y tú te desbordas; tu ombligo mojado. Si
eyaculas en la cavidad de mi estómago roto, sangre mediante, prometo
coserme con los dientes hasta en el último centímetro de tu piel.
Un día describí masturbarse. Imaginé la vida contigo a través de
tus orgasmos visuales y tus viajes celestes en mis orgasmos neurales.
Sexo es tu sofá.
No
guardes centímetros cúbicos de cerebro sin usar. Retales de suerte
sin desenvolver, navajas sin desenvainar ni zapatos que comer. Hoy no
hay bolsillos muertos que peinar, canas que erizar, goces olvidados
de cavidades abandonadas que en mejores tiempos fueron tráqueas
estalladas. La ausencia de los gritos efímeros que las hicieron
oxidar se fue por el callejón de atrás sin pagar. La cuenta de los
vasos llenos que no se pudieron amortizar. El whisky que tus labios
olvidaron besar duerme en ese hedor. El alcohol amó idealizar tus
neuronas antes de la muerte súbita. Esos sentidos del olfato
podridos entre semillas recién plantadas de humildes garbanzos aún
sin germinar se olvidaron apear del vicio impuesto por la necedad. A
narices necias, ojos sin piedad. Te quiebro en la verdad. Te oigo sin
hablar. Sin vencer al filo del hambre hay aún zonas sin rajar.
Compilación de textos: NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2011
Increìblemente maravilloso. Siempre lo fue.
ResponderEliminarAsí lo sentí. Gracias...
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