Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

martes, 20 de diciembre de 2011

Noviembre agrio Vol. II

Santa María del Mar, Barcelona (Septiembre 2009)

Noches de vampiria absoluta. De necesidad de sangre, de metamorfosis indiferente. De no comprender que todo era real, y que nadie era consciente. Ya no sé cómo escupir los pedazos indigestados de esta fracción de mi vida sin agrietarme las ganas, quebrantarme la mente o sonorizar mi dolor mientras se me destruye la voz. Drogas para el alma. Necedad, no necesidad. Nunca mereciste aquel puesto privilegiado en mi fábrica de sueños.
Katharsis al más puro estilo griego. Hoy lluevo. A trompicones escupo todos mis pensamientos imaginados, todos saliendo; todos aquellos que, una vez más, nacieron para ser sentimiento, una pequeña sensación de nervios en el estómago que venía a la vida para quedarse en el mundo de las Ideas. Cuántos fueron no lo sé. Algunos, identificables, tienen la posibilidad de ser controlados; otros, inidentificables, disfrutan de su belleza. Ése es nuestro error. Quizá los alimentamos en vano, sabiéndolos recuerdos de un futuro no real, de todo aquello que nuestra mente se esfuerza en provocar y evocar como momentos de una vida que nos gustaría vivir. Momentos en la mente de un futuro con ganas, ideal, mentalmente bello e ideal. Los cuidamos con especial atención y cariño porque sabemos que no vendrán, no nacerán en este mundo. El error es pensar que una reminiscencia se convertirá en realidad; tan sólo quedaría destrozada en el campo de la vida real. Eso afectaría a su existencia originaria en nuestro mundo de las Ideas. Se atrofiaría, rompería, agrietaría, contraería, deconstruiría, y todo eso dolería más que lo que hubiera sido su existencia perfecta en el mundo que le corresponde... el de las Ideas. El de las mentes. Todo se conserva mejor, y es especialmente cuidado, sin estropearse nunca, por esa realidad paralela de la atemporalidad que me resulta fascinante. Como en la fotografía. Lo celebro igual, o más, que Rosalind Krauss. Es algo sólo existente en la fotografía y en estas reminiscencias que he llamado futuras pero son en realidad atemporales; en los pensamientos que construyen, con muros, nuestras ciudades mentales. Los muros que nos construyen por dentro, que se alzan altivos, dignos, fuertes; que no miran hacia abajo, sino al frente. Imposibles de derribar. Son las emociones el punto originario que da paso y desarrollo a la imaginación.
Dijiste que nunca has sabido medir mis emociones. Nunca supiste ponerlas al lado de tu propia escala. Comparar no, pero medir sí. Nunca has intentado medirme, no quisiste acercarte. Quizá quisieras, pero no lo hiciste. Quizá no sabías. Quizá te asustaba. Intención con ausencia, la mayoría de las veces.
No sé cómo, ni por qué, me he sentido más cercana a esas personas presentes en mi imaginario futuro; y, de repente, ahora desaparecen. Me quedo fría. Algo nos unía en el mundo real y en el otro, en ése más ideal. Pero ya no habrá más puntos que cortan la recta, no en esta línea.
Contradicciones sin masticar. Lugares a los que finalmente no volé. Llamas que arden en mis cenizas. Un día me fui, y todo cambió. Al volver todo estaba vacío y no había eco porque las paredes habían desaparecido. Ojalá nunca hubiésemos vuelto de abril. Toc, toc... en tu pecho. Ya no hay nadie. No eres tú lo que duele, es el vacío. No es tuyo, es mío. No te apropies de lo que no eres dueño. Yo no salí de allí, ¿no lo viste? Ojalá disfrutase, como tiempo atrás, de mi vacuidad interior tan desaparecida ahora. Ya no tengo eco. 

Si tan sólo lograse sacar una mínima parte de lo que tengo adentro, lo que me clava las uñas por salir, me araña las entrañas, me hace blasfemar contra ti, contra mi impotencia y mi dolor. Contra mis recuerdos más amados. Contra la vida. Y blasfemar contra la vida es pisar el escalón más bajo de la escalera, tropezar, caer de repente sin arnés, de espaldas, en el vacío. El tiempo no tiene piedad, todo lo marchita y lo mata. Yo me oponía. Las personas lo permiten. Sigo en pie en esta expedición antropológica en la que me agradecías haber aparecido porque tanto tiempo te sentiste solo. La misma en la que has decidido abandonarme sin ton ni son porque, de repente, te apetece volver a aquel punto muerto en el que aparecí. El mismo en el que tanto celebrabas mi presencia. No recuerdo el momento exacto en el que hice mutis por el foro, aquel en el que me sacaste de tu escenario, en el que cortaste las únicas alas con las que podía volar. Me he quedado coja y manca, y no sé activar mi sensor de movimiento, entrar en calor. Me hielas. No recuerdo cuándo tus ganas empezaron a apagarse cuando mi voz dejó de sonar en tus oídos; cuándo mi imagen empezó a verse borrosa en tus pupilas, ante tus ojos. Cuándo empezaste a difuminarme sin yo sentirlo. Siempre fuiste tú quien llevó los pesos livianos.
Mi mente reza que tienes obligatoriamente que creer, aunque sea para tus adentros, que todo lo puedes. Nunca te faltará, entonces, lo necesario. Lo que sí es necesidad imperiosa. De lo contrario, ya lo viste. Te ganó el pulso. Nunca te diste cuenta de que el débil eras tú. Y yo... Sólo quiero vomitarme. Tanto aprendí a escucharte que no supiste ver que yo también necesitaba unos oídos. Tanto que desaprendí a hablar. 

No, no almacenas caché, y no te atreves a negarlo. Te ves necio. Total, para qué desperdiciar espacio en el disco duro de memoria.
Texto: NOVIEMBRE 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

NNoviembre agrio Vol. I

Errores cognitivos. ¿Y si...? Hay tantos días en que el cielo no te invita a salir de la cama... Voy a vomitar el estómago. Puede que entonces se me agoten las náuseas mentales y mueran mis paranoias, mis ideas macabras para acabar contigo. Formas de dolor físico en que recrearme para tu mejor entendimiento de mis vísceras doloridas, mostradas y exhibidas al verme abierta en canal. Vuelvo a escribir crudo y desnuda. Ensangrentada, con mareos. Eres un ser mecánico. Tienes un acabado perfecto que oculta lo metálico de tus engranajes y fuelles, de toda tu tecnología punta, tu sistema operativo X OS v3.1, tu inteligencia fría y calculadora. En ese orden. Siempre fría. Cuanto más odies mis palabras más te las haré escuchar. Lo mismo hiciste con tu indiferencia. La sensación es que reirás eterna y profundamente hasta dejarme un socabón en el pecho de ridiculez y otro de humillación. Prefiero sentirlo de cualquier modo, no como tú, inerte, indiferente, ajeno y aparte. Yo prefiero sentir, y sentirme humana. 
Ya sólo me laten las tripas, y el corazón tiene un hambre corrosivo, con todo mi mal fondo. Lo saco sólo para ti. De las tripas que me quedan, pocas son las intactas. Me estoy deshaciendo de ellas como tú de mí. Prefiero amor y después odio, y poder quedarme clara y pura cuando se me vaya todo antes que no ser capaz de sentir. La Nada te acabará engullendo. Mostrarme como soy, libro abierto, transparente. ¿Recuerdas? Fueron tus palabras... No como tú, nunca como tú. Se te ha ido de las manos el gusto por ser y negar ser un robot de Asimov de ésos que tanto amas. Una vez apagaste mis odios más tediosos, los dormiste y alejaste. Ahora me los regalas de vuelta, de golpe, en bandeja de plata y servidos sobre la alfombra roja. Quizá me echaban de menos. No como tú. Gracias por pensar en mí. Has tenido tanto durante toda tu vida que aún te falta mucho por valorar. No sabes mirarte las manos vacías, recrearte en el dolor de los agujeros en ellas, en el sentirlas descarnadas por necesidad y por angustia, por el daño. No lo sabes. Hay tantas cosas que no sabes.                                                                                   
                                             ________________
No sé cuántas palabras me estoy tragando sin morder ni masticar. Perdí la cuenta. Lluevo. No acierto a decidir si debí haber retrasado o acortado la confianza, el punto, el momento exacto en que me dejé caer en tus manos, en que me dejé desnudar mental, verbal y físicamente, en que me entregué invisiblemente fiel y humilde con timidez y sin armas. El dolor vuelve a instalarse bajo la piel, ya tan desgastada. Ya no sé si es “el” o “mi” dolor, “la” o “mi” piel. Esta piel que es mía, que ya no quiero, que regalo por ahí para no tener que soportar.
                                             ________________
Es lo que ocurre cuando se rumian viejos ardores de estómago. Hacía tiempo que no me sentía tan fuera de sitio; en mi ciudad, en mi casa. Las calles, las plazas, llenas de árboles esclavizados públicamente con una mera finalidad estética casi invisible. Irreparable; en la que no se puede reparar. Qué poco acertada soy con lo que quiero decir cada vez que la parálisis me ataca. Largo tiempo de actividad; parón repentino que parece haber desactivado mi modo predeterminado. Renovarse o matar. Y hoy, si hay que vomitar, se vomita.


Texto: NOVIEMBRE 2011

Punto muerto

Muradas, Ourense (Abril 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer

Tengo las manos ensangrentadas de tanto rascarme el corazón; la mente en carne viva de tanta dentellada insolente, y mi alma se retuerce al ritmo de una obertura rusa. Ebullición, ¿cuándo te irás? ¿Cuándo me dejarás dormir, cuándo en paz? De tanta indecisión me palpitan, muertas, las ganas bajo el calor; me arropa la manta del abandono y me cobijo en tus sonidos, en tu voz. Noches tan frías que me desamparan sin luz, entre la colisión constante de las nubes sin salvar, las que rompen tanto a llorar como a gritar bajo este cielo gris de desolación. Inmunda tristeza que se cuela bajo la piel, que se filtra por los poros, los oídos, la nariz. Contaminación del aire limpio que nos llega. Enferma la respiración y la rebelión, la revolución real e irreal que tanto sentido cobra en los mundos de las ideas. Se contagian, públicos, los espíritus; se talan árboles con acritud, sin sentimiento se arranca la hierba de su lugar de nacimiento. Se tira todo a un vertedero común, una fosa de cadáveres de ideas bellas y hermosas que decidimos no seguir. Se desperdicia todo aquello que no se puede reciclar. Hoy le dedico un réquiem a las flores.
Pira y funeral de sentimientos que me perturba, que me posee, que me lleva a un purgatorio del que no quiero salir. Me regocijo en el calor de mi necedad, necesaria por el momento en algunos días como hoy en los que se pierde la fe en el conjunto, sintiéndote aparte y sin comprender nada, volviendo a tus parcas palabras. Como si no estuvieses allí. Estás muy lejos, todo se ve borroso. No ves nada, todo se fue. Desapareciste. Sigues sin saber qué haces aquí, para qué sirve tu presencia, que vives ajena y solitaria. Sin saber qué cometido debieron haberte encomendado en tu planeta antes de desembarcar y sucumbir al destrozo de la mente, a las ganas inertes, al ardor sin sal y sin cebolla en esta sartén que te quema. Ni siquiera tiene aceite para darte un baño caliente. Olvidabas que hoy es uno de esos días en que no puedes permitirte que la ebullición te ciegue. Debes dar gracias por la presencia de la sartén en tu vida, del fuego que te quema y la piel que aún no ha sido arrancada a tiras y que te ayuda a oler tu miedo, a sentir tu dolor abrasado. Qué mal olor desprendes, inerte, agradable dentro de lo que cabe. Cuando te dejas arrasar por ti, por nadie más que tú misma, o eso crees.
La sucesión de imágenes en tu mente te asusta tanto que cesas en el intento de describirlas. Ya habrá noches más productivas cuando puedas cerrar los ojos sin el palpitar en celo de tu sala de control en llamas. Sin humaredas ni gritos. Intentas apagar las llamas a soplidos, con respuestas para sus insidias, con vértebras indoloras y músculos sin agarrotar. Todo está en tu cuello, tan frío y solo, tan tímido y desnudo hoy. Que el letargo de los pensamientos se apiade de ti pronto para que aprendas a descansar mañana, a no hacer creer que no te gusta dormir ni te importa cuidarte. Quiérete un poco en tu soledad de esta noche de lluvia que sazona la mejor irracionalidad dentro de ti.
Inténtalo un poco, una vez más. En la desesperación del canto de los pájaros sin sueño, a horas mugrientas; dentro del martilleo imparable de la boca de tu estómago. El efecto sería parecido al de una gota cayendo sobre tu cabeza durante años si no consigues dormir antes de mañana. Un día menos. Tu cuerpo ya no reacciona como antaño, y te oscurece el corazón el presentimiento roto de enfrentarte a ti como si no te conocieses, como si fueses un extraño con el que empezar desde cero. Un extraño deseado de conocer, deseoso por conocerte. 


Con el paso del tiempo la madera se pudre. No le importas a nadie más que a ti.  
Texto: NOVIEMBRE 2011

Invierno

Rabia incontenida por sentir las orejas desnudas en invierno. El poco pelo no las tapa, el gorro apenas las resguarda; las perforaciones, a la vista, quedan cruelmente expuestas. Hoy se te olvidó decorarlas con cualquiera de los cientos de pares de adornos que duermen, por tu fetiche, en los distintos rincones de tu habitación. Su desnudez sin vergüenza, dejada al viento. Tenues gotas de agua que caen del cielo pero no mojan, que acarician sin peligro aquellas superficies en que se posan. Inocuas, indelebles, pero coloras y saboras. Así se te antoja el invierno, mucho más desconocido e imprevisible que al principio. La ciudad vieja queda rodeada por casas y demás construcciones del pasado. Aún te da la bienvenida; si no estás receptiva ése es tu problema. Saboréalo, mastícalo. Entra en tu proceso de la rumia, no tengas miedo. Vomitar y volver a comer es el ciclo necesario. Devuélvete las fuerzas que necesitas, las ganas que ansías de salir de este letargo que tan terriblemente parece eterno. Todo tiene su fin; sí, y el letargo también.
Cómo desconectar o cortar el cable de alimentación de la ebullición mental... Si las tijeras no cortan y las manos no proporcionan la fuerza necesaria. Siempre se puede barajar la posibilidad de morder.
Texto: NOVIEMBRE 2011

domingo, 4 de diciembre de 2011

Al escondite inglés

Autorretrato, Madrid (Noviembre 2011)
Foto en Flickr de Lydia Khmer
Qué extraño lo sientes, el volver a este cuaderno; a esta casa. Los lugares, los sonidos, los olores, las voces, la gente. Gente, personas; todo es en plural. Qué extraño se te antoja escribir en estos casi dos meses sin hacerlo. No habías notado que deberías cortarte las uñas para que tus manos se amolden al bolígrafo tal y como a ti te gusta. Él tampoco está cómodo así. Escribir no es, por tantas razones, como montar en bici.
La bici, la ciudad. Todo diferente. Apenas te reconoces a ti misma. El whisky al lado de la ventana, y tan lejos. Sí, llueve también, pero no llueve igual. No huele igual, éste no es el olor de lluvia al que te acostumbraste estos meses. Sobre la bici todo olía mejor, todo más vivo. Olor a verde vivo; era el olor a vida. Era mucho más divertido caminar mirando al suelo jugando a distinguir una ramita de una lombriz al llegar a casa. Coges el papel y escribes sin sentido. Quizá prefieres esperar al Jabberwocky sentada en el sofá; el vaso vacío. No sabes por dónde empezar, y tus idearios nunca fueron grandes...
Casi dos meses. Vergüenza y tiempo. Hay algo peor que estar en un lugar desconocido y sentirse extraño: el sentirse igualmente extraño en un lugar perfectamente conocido, un lugar que te vio nacer y crecer, avanzar, aprender. Ya no recuerdas aquello; se te sigue antojando extraño. Se te figura desconocido. No reaccionas, tardas en pensar. Todo va estúpidamente lento. Aún no te acostumbras; se entremezclan los recuerdos, y las personas. ¿De veras quieres estar aquí? No has perdido tiempo, pero sí espacio. La interrelación te desconcierta, ergo... sí has perdido algo de tiempo, ¿o es tan sólo en tu imaginación? Por qué te cuesta tanto escribir... Es el momento, ahora puedes sacar todo lo que hablando no quiere salir. Temes tantas cosas... Es un mundo, un mundo ajeno y extraño. Las personas. No quiere salir. Con asombro hueles tu propia evolución. Puede que tampoco te conozcas y por eso no te puedas reconocer; que no es lo mismo que lo anterior. No quieres ser previsible, (mal) interpretable, pero te encanta este juego. Lo has jugado toda tu vida, a pesar de que se haya convertido en algo recriminable. Algo a enumerar en una lista. Palabras estúpidas. Lo que no te destruye, te construye; ¿y viceversa? Lo que hace ambas cosas... Palabras. No quiere salir. Tu vida deconstruida. Tu propia deconstrucción, de sabor insípido, sin capacidad de absorción en tu cuerpo y en tu mente. Tu cabeza, lugar inhóspito, sin capacidad de comprensión, de creencia en un surrealismo que te engulle tanto que no sabes cómo salir. Quién lo diría, o lo hubiera dicho. Stop. Review. Sigues sin entenderlo. Retrocedes, te arrepientes. Tarde. No puede, pero está muriendo por salir. No lo crees, te contradijiste para salvaros; no funcionó, sin darte cuenta.
Entiendes menos que nunca desde tu propia encriptación egoísta, ególatra, egocéntrica; que tiene más agujeros que un colador, uno bien oxidado que tan sólo deja pasar agua turbia, perturbada, corroída, insana, infectada, enferma, quemada, impura, corrosiva. Cómo fiarte de tu propia realidad. Tu realidad inocente allá arriba, en las nubes. En el fondo del vaso, un fondo inocente. La intención está muy infravalorada en los tiempos que corren. Te sientes como la intención, y no pinta bien. Craso error. Sólo quieres arreglarlo, visualizar tu vida con el modo espectador ON. Todo a través de una pantallita o una ventana, un pequeño retrovisor o una mirilla. Vuelves al otro lado de la puerta, al otro lado del espejo. Ya hemos tenido esta conversación antes. El ciclo se repite. No eres agradecida. Hace varios meses que tu humildad es invisible, y eso que hace poco oíste que eras una persona completamente transparente. O tú no lo eres, o no es capaz de ver muchas cosas de cuya existencia no te habla; no sabes por qué. Puede que no las vea, o que de veras no estén ahí. Cuánto tiempo hacía desde que no hablabas contigo misma sin pelos en la lengua, poniendo en duda tantas cosas para las que creías haber hecho un gran esfuerzo. Ahora todo se ha evaporado, visualmente no resulta gráfico. No se puede ver. Sigue sin poder salir, no hay fuerzas. Invisible.
Creías que te leía los ojos cada vez que le hablabas. Siempre han dicho más que tú, pero ahora dudas. No le has hablado alto y claro, cambio y corto. Eso creías, y estabas segura. Con lo bello de tener la mente en blanco juntos, descansando; la mirada tensa pero intensa. Sonriendo. Cuántas sonrisas de gratitud y dicha no habrá podido leer en ti; no lo entiendes. No recuerdas haberlo pensado nunca. Cuántos gestos de amor te cuesta a ti reconocer ahora frente a tus ojos. El tiempo no perdona. Estás impaciente y el tiempo no ha sabido perdonar. La impotencia podrida de demostrarte cómo eres te ha tragado, la frustración no te ha dado tregua. Te han comido; te sientes mermada. Cuidado con las corrientes marinas... El mar. Cuánto echas de menos el mar; caminar, pensar. Mojarte los pies sin querer entre las piedras, notar de repente una humedad fría. Tu bici de color lila mordido, con tanta vida y tantas heridas. Qué bueno era descansar de los pesos innecesarios en los cestos, negro y blanco, delante y detrás. Tris, tras. Notar cada piedra a menos de un centímetro de tus pies... Pararte en Wild Park diez o quince minutos antes de llegar a casa, y observar las nubes en el cielo de la tarde, tumbada al lado de la bici. Ir a la universidad atravesando el bosque de Stanmer Park. Ese carril en que el último día de esfuerzos en junio hiciste autostop sin respiración. Qué difícil es amar el presente sin olvidar el pasado, cuán inútil y cancerígeno es éste atornillado en el cerebro. De cuántas células muertas tienes que librarte de golpe. La piel sufre. El pasado sólo sirve para eso y para desarrollar la imaginación en el periodo hipotético pasado. Es hora de reencontrarse: lugares, personas, una misma. Busca nuevos espacios verdes. Retoma algo nuevo ya conocido por muy extraño que pueda sonar; tira los retales de antaño o decide reutilizarlos, pero decídete ya. Amas reciclar; adelante. Las distracciones mundanas de siempre que siguen sin llenarte, y tú siempre con la queja en la boca. Siempre masticando. Reconócete y explora, piensa bien qué quieres. Los terremotos e inundaciones en territorio propio siempre se te dieron bien; ya te echaban de menos. Abre los brazos... Quiere salir, no aguanta más. Supera la inexistencia de la felicidad no efímera y alza el vuelo; si no lo haces ahora... Las nubes te esperan con paciencia sin desgastar, de esa que tú debes aprender para valorar el tiempo. Para ignorarlo. Debes dejarlo salir. Es algo complejo, algo que viene tras la aceptación del espacio, unas veces real, otras irreal; pero que termina por aparecer, y ya lo estabas esperando escondida entre tus piernas.
Texto: NOVIEMBRE 2011

Thanks

Playa, Brighton (Agosto 2011)

Yes, I'm an emotional person, and I'm proud of it. Thanks, Brighton, for helping me to discover this world, this new part of me, this perception from a new and happier perspective. Thanks, hundreds of unknown people. Proud, happy, free, tolerant, friendly, beautiful people. Unknown but never strange, odd or weird. Thanks, rare, unique people for doing me good, for helping me and for making me feel I will always love to be a better person. Thanks for your freedom, Brighton, for the peace of mind I've found here during this time. Thanks for making me feel I want to share everything, and for sharing it with me so that I could discover it. Thank you, all of you, anonymous people, for taking little pieces of my heart to make them happier. I hope you take care of them as I'll do with yours. I'm in love with you.
Texto: AGOSTO 2011 

sábado, 3 de diciembre de 2011

Ruindades

Muradas, Ourense (Abril 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer
Qué difícil es mantener la miseria propia intacta, libre de infección ajena, de putrefacción pasada, de sueños vomitados. Y eso que parecía más fácil una vez hubiste evacuado toda sustancia inútil en tu corazón. Sigue sin ser fácil mantener limpia y pura la inquietud, el ansia viva de deshacerse de tantas cosas que ya se habían ido. Es difícil sacar a flote el corazón pobre, debilitado, tímido, sobrio tras una larga resaca, y mantenerlo tranquilo, insensible a tantas cosas que, sin pretenderlo, siguen adentrándose en su blandura sin coraza, en su vulnerabilidad mundana, humana, sin recursos. Cómo hemos cambiado todos... A veces ni me acuerdo del “antes”. ¿Podré recordar hoy mañana? Las luchas con uno mismo son las más duras de todas, necesitas seguir atacando y, de repente... Mierda, algo te obstruye el paso, tú mismo te respaldas en tu cobardía, en palabras sin sentido, ésas que has desgastado tanto. Tanto que acabaste harta, apartándolo de ti durante tanto tiempo.
Ya no sabes unir palabras. No como antes. Que gane el mejor. Definitivamente, la contradicción tiene nombre y forma, género de mujer. ¿Y si no llega a pronunciarse, a decirse? ¿Qué pasa con todos los contrapensamientos que no pudieron llegar al mundo para ser contradicciones, puesto que no llegaron a ser dichos? El Mundo de las Ideas siempre fue más interesante que éste. Y ahí duermen felices todas las benditas cosas ilógicas dictadas por la mente que nunca llegaron a aparecer en una dicción propiamente dicha. Respira hondo, no hay peligro, no forman parte de este mundo. Sigues teniendo el control de todo – de todo porque tú eres todo, tu todo, sabiéndote independiente como sinónimo de persona solitaria que gusta de estar sola. ¿De ti misma per se o per te? Pero no de debilidad barata. Bien, estás a salvo.
Subconsciente nivel 1. Mierda, otra vez. Invasión propia del Subconsciente nivel 2. Ahora a ver cómo controlas esto. En búsqueda del Subconsciente nivel Fortaleza. Cuando no puedes huir de ti, pulsa OFF. Alguien vendrá a salvarte cuando tenga ganas de jugar la próxima partida. Paciencia. Amparo y aceptación. En búsqueda, durante toda una vida, de abrazos invisibles; de comprensión, de perdón. Aceptación de nuestra miseria, en la salud y en la enfermedad... hasta que el dinero nos separe, queridos sueños rotos de cristal. 
Otras veces nadie vendrá a salvarte.
Texto: AGOSTO 2011

La puerta

Un día voy a romperme y a sacar todo lo mío, todo lo “yo” que hay en mí para dejar espacio infinito para ti; infinito no porque no se llenara, sino porque siempre perdure su capacidad para acogerte. Volveremos a hacer el amor en Woodstock con Santana de fondo. Una vez hablé de esperar con alguien, desnudos. Hoy no concibo esperar contigo sin escuchar música como se debe hacer. Una y todas las veces, desnudos. 
Texto: ENERO 2011

En vela

Muradas, Ourense (Abril 2010)
En abril escribía para ti, para purgarte, para ayudarte a soltar, a vomitar, a dejar ir muchas cosas; meses después salió, logró salir por fin. La angustia que mimetiza mi carne y mi mente, que sufren contigo, que llegan a ser traspasados por tu dolor punzante, rompió la barrera de mi piel. Y acariciando tu espalda, tu cabeza, sosteniéndote con fuerza, así sufrí contigo y entendí más que nunca la extrañeza del lugar, de ti mismo, del entorno aún nuevo y tan viciado, tan diferente y tan raro que te hace replegarte en ti mismo. Es lo que hace detonar tu miedo.
Hace mucho tiempo, muchos años, pensaba que no sabía escuchar. Después me autoconvencí, contigo y con el tiempo, de que no sabía hablar y de que, para aprender, debía primero aprender a escuchar. Tú también necesitabas aprender a hablar de algunas cosas ancladas en tu corazón tan puro antes de permitirlas oxidarlo. Todos necesitamos aprender. Mis oídos son eternamente tuyos, nunca pensé que podría amar a un muñeco de arena que, devorado por la intensidad de las olas del mar, te trajo hacia mí.  
Texto: DICIEMBRE 2010

Oportunidad

Generalife, Alhambra. Granada (Noviembre 2009)
No se hace nada por facilidad, o no se debería. Por comodidad. Me repugna. No, hay gente que no es así, estoy en lo cierto aunque pierda la fe. Las creencias inexistentes que se rebelan en forma y color subordinadas a la función racionalista arquitectónicamente hablando. Pero yo no soy un animal racional, o no siempre, porque no me gusta serlo. Quizá menos de lo que me gustaría, para no autoimponer nunca límites a mi libertad.
El don de la oportunidad, semánticamente difícil en sus acepciones. Oportunidades inseguras, pero rechazadas en pos de ese altruismo tuyo que llevas meses insultando de eficaz pero también de inexistente. Ése que se te había olvidado tragar y que de pronto se coló en tus días, ése cuyas vacaciones extrañarás cuando no te soportes. Aquí está la oportunidad del don, formalmente palpando la sustancial diferencia, su contrariedad en el abismo. Qué o cómo de oportunos sean, o de inoportunos, los dones de aquellos a quienes regalas tu altruismo no sacrificado, las palabras que una noche juraste guardar por haberlas arrancado ante tu necesidad. Los besos que se pierden en el mundo por la falta de valor, por el oportunismo mismo o por no acomplejar tu interior con tanto sentimiento tedioso, contrariado, que nadie quisiera escuchar. Sólo los animales entienden de qué se trata.  
Texto: JUNIO 2010

Soy vanguardia

Trocadéro, París (Julio 2010)
Definitivamente prefiero ser mujer, arquitectura expresionista, antes que pertenecer a y capitanear un grupo funcionalista y racionalista. La norma aburre. Hoy me siento vanguardia, hoy me gusto. Hoy soy pasional, soy instintiva, y desde hace tiempo comienzo a hablar de mí. Amo sentirme humana con todo lo que ello implica, sobre todo después de comprobar cómo la deshumanización tapona las arterias que poco a poco intentaban ahogar mi corazón. Como sé que me comprenderá quien responde al nombre del movimiento de una sonata. 
Brindo por la contaminación continua de mi sangre, por la ebullición in crescendo, por la inseguridad que me permite pensar con las neuronas más dormidas, y parecía difícil... Por la putrefacción de lo inservible, de lo indiferente, por lo brillante de los carnuzos, de los pianos, de los burros en descomposición del Madrid “residencial” de los años veinte. No dejo de pensar en ellos. Por la crítica feroz y descarnada entre conocidos. Por las ideas viejas que parecen de reciente cosecha. Por hombres perdidos que necesitaron de una mujer madura con más de diez años de experiencia por encima de ellos y de un bigote para convencerse de que eran alguien. Por quienes lo plasmaron en sus cartas, dentro o no de la ortografía daliniana; una ortografía, muy a su pesar, completamente anárquica. Por los sentimientos de valentía ajenos pero fuertes, prometedores, que hacer mirar el futuro con ganas. Con las ansias de siempre sin pudrir todavía, sin verse melladas. Las ganas recién horneadas a fuego lento en la cocina de los sabores de tus apetencias más exigentes.  
Texto: JUNIO 2010

Una de tantas

Trocadéro, París (Julio 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer
Aprendí de pequeña a no tener sueños, a no permitírmelo, a no inventar, a dejarme imponer y acobardar. A copiar y repetir. Hay tantas cosas de las que me arrepiento… y sin tener mayor culpa que la de crecer viendo el mundo desde esa perspectiva, la de niño limitado que juega a un escondite lleno de trampas, de insincera estereotipación, aprendiendo a odiar, a vengarse, a no creer nunca. Siempre hay cosas que borrar, pero deshacerse de todo es borrarse a uno mismo. Sin nada que hacer, que argumentar. Sintiendo la necesidad de meterse bajo una mesa, dentro de la cama para ocultarse al mundo por completo y completamente solo. Porque aprendes que no puedes confiar, que no hay salvación, que la mayoría de los demás están como tú, aunque siempre hay quien parece feliz, quien parece el mejor. Aquel será quien más pena te dé en el futuro, pero todavía no lo sabes. Ignoras cómo transmitir tu mensaje, cómo advertir a los que hayan de llegar de que existe un más allá, contigo ahí para proteger su más tierna ilusión, su más inocente felicidad. Porque tú no pudiste sentirlo. Y ofrecerás un abrazo cálido sin palabras, protector, ofreciendo todo de ti, todo tu amor, posibilidades de continuar con al existencia sin que llegue a ser dolorosa. Ojalá alguien lo hubiese hecho contigo.
Pero no. Tú seguirás sin entenderlo, llevas mucho tiempo ausente aquí y lejos ahora. No me llames, no volverás a escuchar mi voz, que tan despreciada lograste dejar. Desde que me descubrí entre todos aquellos restos del vertedero que es mi vida, me hago valer. Sea visible o no para ti, pero no habrá más gente como tú. No conmigo. Como todo aquello que he borrado. Si el historicismo proclama un inevitable final, ¿cómo ha de llamarse, de calificarse, el hecho de no tener principio ni tener pasado? Si nada se crea ni se destruye, pero sin tal sentimiento, ¿se puede no tener origen? La Nada, que te vio crecer. Todo se transforma hasta el punto de lo irreconocible. No, exacto, no quiero que me conozcas ahora. Ya me conociste una vez y no supiste. No quisiste. Duele dejar hacerse ver, dejar los rincones oscuros sin luz para perder el miedo, para acostumbrarse. Para no volver nunca a pensamientos pasados que nunca debieron haber estado ahí.
Sigue corriendo; es lo que mejor se te da hacer. Llegarás lejos aún, tan sólo recupérate, vuelve a buscarte. Las flautas indican que ha llegado tu paz, quiérete sólo a ti, como nunca has sabido hacerlo porque nunca te dieron oportunidad. Invéntate, reconstrúyete. Sal y huye, no por eso no eres tú, ni eres cobarde. Ahora o nunca.
Texto: JUNIO 2010

domingo, 27 de noviembre de 2011

Necedades

Muradas, Ourense (Marzo - Abril 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer

Lo conozco perfectamente. Lo sé. Ser una contradicción también duele. Pica la piel, la desgasta, la corroe, inquieta sus ansias sin esperar por más. Pero tus ganas de vivir permanecerán ahí. Inmortales. Tus ganas de echar a volar, de huir, y de seguir corriendo. Te arderá el corazón todavía un poco más, con los continuos vómitos del alma encerrada en tu campo magnético. Tus electrones eternos, que se resisten a abandonarte. Eres su morada preferida. Ladrando y corriendo se llega a algún puerto, en este caso a dos y muy concretos: uno un poco al sur, otro más al norte. Los golpes violentos del viento del mar serán tan bien recibidos... Inclinarán el sentimiento a la decisión. Digno de ser vivido. Pero cabe esperar, como oí una vez, desnudos, despojados de todo.

Allí estabas. El suelo frío, la espalda contra la pared. Aún te quedaba un rato para montar en el tren. De una vez, aprende a pensar en ti. Aprende a no dar tregua a ilusiones menoscabadas, desintegradas, en una lucha por tu propia vanidad. Que no se quieren instalar, que no se dejan dominar por amueblarte aún. Indomable resistencia oponente, consciente. Así es como te cuidas... Siempre la espalda desprotegida y el corazón en carne viva, esperando la transfusión ausente en la necedad de la ilusión. Y creer que siempre lo consideraste tu peor defecto, si bien nunca dejó de ser el más vivo, el más llamativo pero también escondido. Aquel que, cuando alguien quiso observar, tú permitiste el goce de ver. Ahora sácalo otra vez, demuéstrate a ti misma que no has cambiado, que a voz en grito y a violencia en llanto no te gana nadie, y con voz entrecortada y parpadeante serás cada día más tú que nunca. Sacarás a la fiera, quieras o no. Suena demasiado bien echar a volar...

Es la fe, no lo demás. Ya no son ganas ni fuerzas, no hay como creer en algo para llevarlo a la práctica. Creer en algo lleva a su cargo los costes adicionales, los elementos necesarios. En tiempos de crisis de fe, de ilusión, las carencias arrancan la carne. Algo te arranca la piel. Tiembla tu pulso, y no es por temor. Es el turno de la crisis de los principios elementales para sobrevivir, inconformismo fiel, idealismo vivo, sangrante, hiriente moralmente. Hasta los puercos putrefactos según Dalí, los carnuzos aragoneses, sienten. Y prefieren esperar, aun muertos, sobre pianos de cola. El último aliento de tu voz, con o sin sentido, es para ti. Aliento que aflora y que mata tus crisis nerviosas.


Texto: JUNIO 2010

sábado, 26 de noviembre de 2011

A fuego

Muradas, Ourense (Marzo - Abril 2010)

Tu espalda negra me impedía la visión de las caricias de tu mano derecha sobre el blanco y el negro, pero justo al final, cuando llegó el momento, sacaste la mano para dibujar la última nota. Fue entonces cuando me miraste. 

Aquella mañana vi el pesar en tus ojos perdidos. Sí, evitabas. Déjalo convertirse en pasado, en reminiscencia, en ceniza, en polvo. Permítete convertirlo en recuerdo sin disfrazarlo para respirar, para dejar caer las lágrimas escondidas que aún se hallan dentro de ti. Date el lujo de desbordarlas por ti mismo para controlar el siempre presente caos. Regálate olvidar el dolor. Piensa en ti. Si me tienes paciencia… Juro retener el dolor contenido en tu boca mientras me lo consientas, cuidarla, quererla. Poco a poco aprenderé desgarrando lo corrosivo de tus angustias, mordiendo la acidez de tus ideas.

Más. Tu pecho volverá a ser cenicero de mis sollozos nocturnos mientras me permitas desincrustar mi miedo inherente a la piel, las balas instaladas en mi carne y que no constataba ya por habérmelo permitido yo. Y en tu abrazo mecerá el balanceo del mar los despojos de mi cuerpo, que decidí cuidar sin resultado pero con satisfacción, como hago contigo al desvanecer unas veces en la luz, otras contra la pared. Lograste cercar mi vacío cuando quise hablar sin voz. Siento que lo encontraras en tan mal estado, no se me da bien la conservación pero mis odios, lejanos y tediosos, se despiden desde el alto horizonte sin mirar atrás. Se van traicionados y usurpados tras perder su fuerza, carnívora y destructiva, que tanto consentí sin aullar. Siempre mencioné mis ansias mermadas en detrimento de mis odios deseados, y ahora ya no me siento capaz de establecer relaciones entre mi antes mí y mi ahora yo.

No cruces tampoco para echar la vista hacia delante, que te intrigue hallarte en su poder. No quisiera girarme desde la ventana de atrás. Todo aquello que se muera por salir de ti acabará ahogándote, si bien dosificarlo también es estallar. Muévete pronto y que tu garganta exhale murmullos sin atropellarte. Es todo lo que no pensé encontrar en unos ojos sin complejos. No grites si no quieres, tan sólo vive y que te recorra lo que no sabes si prefieres no escuchar. No, no te oyes, pero suenas demasiado fuerte, deberías prestarte más atención. Tu ritmo en mi escéptica intuición al volver a chocar contra mis muros aplacará, suavizará mi sed. Llegó la repercusión, es hora de gravitar. Permítetelo. Vive.

Sin embargo, hoy no me reconozco; hoy con el primer azoramiento real en plena división con el ideal, de la voz, de las palabras pronunciadas. Letras que son reales. Creo en ti. La añoranza del segundo en que ríes y disfrutas justo en el instante siguiente no significa que… No. Tú lo sabes. Saborea la multiplicidad y la multiplicación, que el doble sea siempre mejor dentro de la revalorización consciente de tu intimidad, en lo susceptible del nudo en sí. Contrólate, aunque sepas que no lo puedes evitar. Gírate, no dejes que te vea. Baja la vista, húyeme. Yo también lo estoy pensando. Aún no es el momento del puzzle, de la sospecha que invade sin existir. El sol te ayuda a comenzar, a asumir y a tragar para facilitar la digestión, para que no te siente mal, para leer. Para poder. 

Dormir lo cura todo: no tienes excusa consciente para ti, no para hoy. Ahora detente en tu terraza con el sol de poniente; los ojos cerrados. Mírate. Siente el horizonte ferviente. 

Al menos te queda el orgullo de haberte reafirmado en tu esperanza, algo que sí se había convertido en asunto personal. Respira. No somos tan fácilmente sustituibles.

Texto: ABRIL 2010

Cuenta atrás

Generalife, Alhambra. Granada (Noviembre 2009)

Era jueves, antes del sacro sermón del loco, uno de estos meses en los que llueve. 

Haces fuerza por avanzar, y el dolor se hace aún más latente sobre tu piel. Controlas la respiración, pero llueves. Meses en los que el agua causa estragos, hace estropicios, necesita de estropajos. La lluvia sigue siendo necesaria a pesar de desbordar tus cables y electrocutar los ríos. Ya ahogados los ojos de Al-wadi Al-Kabir, sufre García Lorca cada día. Te oye insistir, quieres escucharle en boca de Marta otra vez. Los ojos árabes se restablecerán tras la inundada ceguera, desbordada, de la caída del agua. Meses que son crisis, convivencia, necesidad de llorar ante una historia ajena vivida desde dentro. Hay casas ajenas que significan hogar. Los monos, mis hermanos; tu jungla, mi nido. No me estás viendo. ¿Me ves? Entre naranjos y olivos.

No razonaste entonces las decisiones a la deriva que se encapsulan en verdades escondidas sin pensar ni querer, posponiendo y materializando ahora que juras la siguiente declaración. Vigésimo primer mandamiento en el vigésimo primer siglo según la decisión de un pobre ser humano acerca de regir nuestra era occidental: "No vivirás sino hechos, dentro de tu elección, que después nunca sientas, necesites o pretendas olvidar. Siempre con la vista al frente, rígida, hacia delante; y bajo juramento dices cumplirlo y guardar tan sólo para ti esa lista de «Ne Pas Oublier» bajo llave". Vigésimo segundo mandamiento: "No olvidarás. Nunca máis". Tampoco el Thames sustituirá a tu Guadalquivir, tampoco al Tormes, que fue primero, ni al Segura, más cálido; ni siquiera al Manzanares, de nacimiento, o al Júcar, de adopción. Vigésimo tercer mandamiento: "No te desdecirás. No hables ahora si te ves capaz de perjurar; reconoce que hablas demasiado". Las damas no escupen. Ahora participa de tus oídos, analfabetos e incultos. 

Era jueves y le oías entre el gentío, entre las máquinas preferidas de los futuristas italianos, tan perfeccionadas en esta era que ni tan siquiera Marinetti lo hubieran imaginado a principios del siglo pasado. Su melodía te desea una buena mañana antes del sermón menospreciado, a tu entender, de otro ser existente nunca digno de olvidar: ese loco. Comienza tu afonía, pero no necesitas hablar. ¿Me ves? Eres ese saco de cosas a no olvidar, que se desdice de sus propias palabras. "Paroles", reza el título de uno de tus poemas preferidos de Prévert. Palabras, tú, las tuyas; tus palabras. Escaleras futuristas mecánicas. Su voz suena distinta por el diferente medio de comunicación empleado, pero se oye desde tan cerca y es tan tranquila... quedando tan lejos de aquel ritmo variable y tipo rollercoaster que habías imaginado. Lo único que se debe saber de ti es que duermes con un hipopótamo y que te cuesta hablar.

El olor a retales de seda proveniente de Bombay, regalo de sus manos, un apoyo a tu libertad, te obliga a la comunicación directa con el exterior. Los ragas de Jogeshwari provenientes de las sagradas manos de Ravi son tu fármaco desde que empezaste a amarlo gracias al pelirrojo. Te gustaría pensar en tenerle más cerca dentro de apenas unos meses.

Hace tiempo que no hablas de tu perdurable condición antialtruista, pero te reafirmas en tu postura; ya has comprobado que las consecuencias tampoco son siempre beneficiarias y positivas, que a veces se pierden entre llamas. Vuelves a pensar, recuerdas tus sacos de pulgas granadinos, callejeros y a la vez palaciegos, nazaríes, ágiles y esquivos, huraños e irascibles como tú, que corren mejor suerte al solo pensiero di… Olvídalo. Los tiempos cambian. Qué tan distinta España contemplaron los ojos de Irving doscientos años atrás.

Desde entonces te presentas así, como eres: un saco roto donde almacenas trastos no tan viejos, a pesar de tu gran sentimiento diogénico. Sólo te falta un barril como su pithos, y sin embargo no sabes qué más necesitas para vivir. Tu ideal cínico de autosuficiencia es demasiado irreal, pero aún así… “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?". Sí, los idealistas no tienen cabida en este mundo, pensaba que lo habías entendido ya, pero volverán tus sueños a ser sueños, y tú volverás para volver a volar como una oscura golondrina. Y pasarán en balde los días y nunca hablarás de más, mirando en derredor, callando y riendo, mirando; observando impertérrita el no detenerse, el no mirar ajeno. ¿Acaso no se ve, como a ti? ¿Y las carencias ajenas? ¿Se ven en pos de las propias o como simple consecuencia? Volverás cuando aprendas a mirarte mejor, como él, cuando desaprendas a involucrarte, pero ¿desaprender u olvidar? Recuerda tus mandamientos... Hamlet nunca te pareció menos consciente de estos valores retorcidos y retóricos. Nadie había pensado nunca así, ni siquiera tú. Piensa como él.

Niebla, de tus manos a las mías. Niebla que te cuelas entre los dedos, en mi centro, en mi fijeza. No tiembles, no temas. Niebla. Vuelve, por todo lo que nunca te diré. Vuelve un día, vuelve por mí, porque yo volveré también. 


Texto: MARZO - ABRIL 2010

viernes, 25 de noviembre de 2011

Voraz

Generalife, Alhambra. Granada (Noviembre 2009)

Sobre la sintonización: por algo que me deje fuera de lugar. No quisiste entender mi decisión pero sí, hay ciertas cosas imposiblemente comunicables. No, y punto. Frente a tu primavera yo sólo soy un nudo. Yo, reminiscencia de camino abandonado pero transitable. Involuntariamente reflejado en tu mirada fija, nunca desviada. Tú. Nunca inhóspito, tampoco impoluto en las insostenibles infraestructuras nocturnas, sujetas a cambios nunca moderados. Lo que hablemos será censurable, pero confesable. Insalvable e irrecuperable: las crisis son así de impuras. No me mires de esa forma: me hicieron así, yo no tengo la culpa pero tú muérdete las ganas que yo no pude sentir infames. Ya sabes, éste de aquí a veces se queja, a veces late, lleno de pelusas y decorado con polvo. Tú sigue a tu ritmo tranquilo, pasivo en tu quietud, en tu victoria por una indiferencia nunca anónima. Injustificada y sin causa, sin explicación como tú, sin pillarte los dedos de las manos con ningún cajón ni atrapar el vano hilo de tus palabras al cerrar la puerta sin intimidad.

Cada vez me asusta más el mundo de afuera; asolado, desolador, perfectamente terrible. Concedo así el valor de lo perecedero a ese impedimento, razón que por alguna insensible sensación te causa el rechazo. Quise soñar con la grata pérdida de electrones que nunca se me hubiese podido ocurrir a mí. Gracias. Dejarse llevar no sonaba tan mal siendo para ganar en positivo, para posar mis ojos sobre ti. Algún día creeré a ojos cerrados, a manos a tientas, a oídos sordos en alguien como tú, que seguirás sin sentirme en este mundo de hombres mudos donde sólo yo oiré mi voz, aislada entre muros.

Puede que no sea mi momento para vivir. El mundo sonreiría más de haber carta blanca, autoasignada propiamente, para decidir cómo es nuestro momento según nos gustaría que éste fuese. Tú no dejes que te llegue el efecto dominó, que te arrastre, que te cause dolor: no has de caer porque nadie caiga antes que tú, no te permitas formar parte de la cadena aunque corran malos tiempos para la lírica. No te pregunté al tomarte prestado pero el individuo absoluto, como ente distinto, debería tener sensación de la brutal consciencia que suponen estos robos reales, realizados como expurgatorio. Se rompen mis puertas blindadas porque también tú sientes la necesidad de limpiar, de acabar con, de tirar, de desechar. Este poder nos iguala en cuanto a instinto animal, es el recordatorio a la mirada salvaje que nos llena por dentro.

No deja de tener gracia el constante movimiento, las continuas metamorfosis, las ansias dormidas, las ganas cansadas y el alma encogida, apenas contenida en el cuerpo. No debiste escucharme, no era más que metafísica; hilos de voz sin preparar que no se comparten con nadie. Eran sólo añicos de objetos perdidos. Flotaré como nenúfar que no piensa, que tan sólo flota, como ave de paso que vuela, que pasa planeando, que planea sin pensar, sin planearlo. Como ave voraz desigual, con desinterés animal, siempre con pequeños pretextos que no pasarán de viles excusas para que no pienses más allá, para que no cometas el error de tu vida. Para que no recules, no descorras el camino recorrido, no borres tus pasos sobre la arena; para todo eso mi hazaña. Para ti, para que no te equivoques con mis planes, mis sueños, mis intenciones. Conmigo. Pero no te conozco.

Espera, te indigestarías conmigo. Implántame tus ideas, injértame paz por los cuatro costados en este cuerpo estropeado. Créame y créeme por mí misma: no quiero ser otra. No es este lugar, es este no sentir frío en la piel de los momentos con nadie en que nunca predomino yo, en los que oigo risas ajenas y siento terrible cómo suena la melodía voraz de mi vacuidad interior. Inaudible para ti.

Yo, tan fuera de mí, de mi sitio, mi escondite inquebrantable, espacio inviolable, inolvidable, mi lugar, mi esquina, particular apartado; y tú con otra persona dentro. Curiosidad, que te cuelas en risas risueñas; y mientras tú muges a mí me toca rumiar. Vuelvo desecha, sin ganas, descompuesta, vomitando palabras, sin mirar hacia arriba, dando cabezadas, dejando que me cale la lluvia; sin más ni fuerzas. Sin confiar en mí. Vuelvo a mi sitio, espacio acorazado, vuelvo a mi cama sin tus manos, que ya no acarician mis labios, sin mi lengua saboreando tus dedos. Volveré a ser yo sin tu abrazo desnudo, abierto, escondido y resguardado, guarecido en tu espacio, sin imaginar ese ventanal inmenso con vistas a ninguna parte en tu pared. Sin buscar luz ni ruido habrá paz entre mis piernas, caminando despacio con el estómago encogido, dejando atrás tus arañazos y mis heridas más profundas. Olvidando mi vulnerabilidad desnuda. Y dejaré de morder tu carne poco a poco hasta que te quedes dormido, de acariciar tu piel mientras te estremeces en mis oídos...

Dentro de poco. Cuando yo entienda a mis ojos tú hallarás tu salida al exterior.

Texto: ENERO 2010

Dada

Museo Arqueológico de Córdoba (Noviembre 2009)

No temas, entiéndelo, tan sólo es la necesidad de un espíritu desenfadado, de parar la ebullición de mi mente y descongestionar mis nervios. Yo no sé escribir, simplemente escupo, disparo. Me apasionará siempre deleitarme contigo en mi propio gozo; tú, te, a ti, de mi propiedad, y pensar que nadie pueda posar sus ojos sobre ti, que nadie pueda calumniarte, infligirte daño alguno, y no pensaré que pueda terminar vendiéndote, como Poussin a Gillette, y después avergonzarme por haberte prostituido por un trueque, un mero intercambio infructuoso, por un secreto personal ajeno que no sabré comprender ni apreciar al estar cegada por la búsqueda de la obra perfecta. No me percataré de lo más importante, dejaré escapar el momento, y mis pupilas no valorarán lo entonces desapercibido. No me fijaré en el cambio de mentalidad, en lo que significa la consciencia de la aparición del arte contemporáneo en la mente del artista dentro de sus frustraciones, de sus pasiones y dentro de su locura. 

No me gustaría estar en ese pellejo y no verlo ni sentirlo teniéndolo delante de mi estupefacción visible. Me alegra la inexistencia de esa obra perfecta que echaría por tierra todo el esfuerzo sufrido, todo el camino recorrido, toda la búsqueda interminable. Me seduce su imposibilidad de lo perfecto para poder seguir creyendo a ojos ciegos que el arte sigue vivo, porque de lo contrario, ¿acaso no moriría éste? Ellos no lograron percatarse de esto porque su deseo de alcanzar el orgasmo artístico siempre fue más fuerte. 

Yo, de ser artista, hubiera sido Cézanne. Constantes cambios, retoques, nuevas ideas aboliendo otras anteriores sin pensar en las tantas horas que no arruinarían mis obras dentro de una rutina sin descanso, infeliz pero activa, inconformista en mi pobreza y obsesión sin límites en largas horas de trabajo. Y todo esto para destruir la composición, pintar sobre lienzos ya utilizados por mi falta de medios y acabar con la composición inicial, terminar destruyéndolo todo, lo cual implicaría sin duda el continuar con la creación, haciendo el proceso infinito. No me cansaría de cambiar las peras y las manzanas de lugar en el soporte, de marcar con negro las siluetas de mis bañistas aunque no entendáis que no quiero dar sensación alguna de espacio, ¡porque también lo destruyo! Descongestiono la perspectiva, la hago más atractiva sin él porque saco al maldito espacio de mi obra. Simplifico todo lo que os empeñáis en complicar, descuartizo las formas para dar paso a su nueva concepción, me convierto en la asesina del arte que conocéis y geometrizo lo que no podéis ver. La razón es porque sí. Y, a todo esto, me desmayo y muero sin dar fin a mi eterna obsesión, sin fe en mi obra, sin saberme el germen de toda una insurrección del arte, sin creerme padre de las vanguardias, de la reinante modernidad en boca de Pablo. Sin sentirme el Maestro. 

Muero en la ignorancia de todo lo que os lego, sin alcanzar lo que Él también ansió en esos diez largos años reprimidos, pero no daré pie a confusiones: no es cualquiera, Él es el maestro de nadie. Imaginario e imaginativo, pretendía fingir en su obra la intrusión total de la realidad, conociendo la improbabilidad, la falsedad de la imitación de la naturaleza siempre buscada. Tan sólo pretendía carnalizar su obra, insuflar vida a su criatura, a su creación, a su amante escondida en rincones oscuros en donde amor y arte estrechan lazos y no pueden vivir por separado. Prefirió ser amante antes que artista. Es mi motivo, y por eso lo digo: "Frenhofer, c’est moi". Pablo le seguirá a él, notará mi admiración única y ejemplar, viéndose seducido ante Balzac y condenado a una nueva búsqueda desenfrenada, entregando toda su vida a su pasión más amada, soñando con llegar también al punto álgido, al clímax... 

Lejos de aquí no tengo recuerdos que guardar, viajaré liviana sin la torpeza de arrastrar tu peso. Tú no tendrías tiempo de pedirme que posara para otro ni yo llegaría a ser tu propia Catherine Lescault. No te dejé retratarme aquella noche y no tendré ocasión de volver a decirte que no en ese momento, ni tampoco en ese lugar. Lo único que te llevarías de mí sería un pie emergente de entre borrones difusos, entre manchas de colores brutalmente embrutecidos, amontonados con violencia y rapidez, enmarañados en ese abigarramiento de nudos inimaginable... Ahí estaría yo, dentro de un tornado, de un torbellino de esos colores que primero fueron equinos para después pasar a montar a caballo, como ocurrió con aquellos últimos de Franz Marc. Quizá debiera haber tomado ejemplo de Rimbaud y dejado de escribir a los diecinueve años, y entonces tú no estarías leyéndome ahora ni yo mareándote a ti. Acabo este otro cuento fantástico según el periódico L’Artiste desviándome, diciendo que hoy me siento desconocida y tristemente Tzara, que todo es nada y que nada es todo, y que tú eres dadá. Dadá vida es la, da, da, dadá. A propósito, me parezco muy simpática.

Texto: DICIEMBRE 2009

Des-humanidad

Barcelona (Septiembre 2009)
Foto en Flickr de Lydia Khmer

Verde, verde que te pisan. Verde que te vuelves rojo. Verde atropellado. Existen daltonismos ácromos, pero no lo saben. Semáforos olvidados. No hay personas, porque las máquinas no tienen ojos. Deshumanización latente, humanidad perdida, anónima, en masa. Adiós, ojos tristes, ojos eternamente cegados. Puedo proponer sin éxito el reconocimiento de una muerte del mundo consciente a la noción humana, pero juro que no sería un error la osadía de mi alegato. Me declaro culpable, si bien mis oídos escucharon tu acusación de víctima. Muerte consciente y consentida. Inhumana. Aprender a prescindir no sonaba tan mal al principio cuando mi mano se abrasaba al corroerse la carne, cuando comenzaba a sentir el calor del fuego mordedor. Dije que nada era necesario, autoconvencida pensaba que no. Princesa que prescinde, sueño atemorizado. Bocas que ya no tiemblan, que se mueren, sin defensa al hablar. 

Eterna inquietud de mariposa en arrullo, como hubiera dicho Pablo, aunque nunca me gustó callar. Sí, se debe sentir la diferencia con el paso de los años. Sombras deslizantes, manos insensibles descritas en monosílabos inconcretos. Sócrates me secunda: ignoro a los deshumanizados. Ojos infantiles en búsqueda de arte: sé que no soy capaz pero lo veo a cada minuto, y es entonces cuando sé que no sé nada. Seguiréis pasando de puntillas por mi vida y no dejaré de reparar en ello. También sentiréis la diferencia: ya no giraré el cuello para veros. Sí, ya era hora, tú sí lo sabías. Ya tocaba. Juré solemnemente ignominiosas calumnias. Se me enredó la lengua en tu paladar al intentar explicártelo, porque no me fue permitido. Me pisaste los pies al echar a andar cuando ya nada tuvo sentido, ni las palabras que aquí dejo constar ni las desaparecidas en el vacío al abandonar mis cuerdas vocales. Se me desgarró el coraje y ahora tampoco pienso en mí, a conjunto con mi gran incapacidad para el altruismo, según lo llaman. Indiferencia para con la humanidad. Inviabilidad de la comunicación. Inconformismo constantemente detestado. 

En cada desplazamiento puedo, en última instancia, observar los restos del mundo. Cada corto viaje lo utilizo en pos de comprobar lo que hemos sido, somos y seremos. Los ojos claros de aquel hombre anciano que me recordaba a Clint me miraban fijamente mientras escuchaba cómo su boca pronunciaba un duro “No, niña. Yo nunca me siento”. Le faltaba mascar y entrecerrar los ojos por la molestia de la presencia del sol... y la música de Ennio. En un atisbo de luz me pregunté si no estaría vacío, si cabría esperanza para poder marcar, de haberla, la diferencia entre nosotros. Normalmente no suele haberlas de no ser por la crítica subjetiva y personal, única de cada uno, quien las deja hacer notar, convenciéndose de su existencia. También es por culpa de lo tan promulgado como políticamente correcto. Sí, yo también lo creo: cuánto daño se ha hecho al mundo. 

No puedo quitarme de la cabeza las imágenes del espanto social. Amo, en detrimento del mundo mostrado por Stieglitz, los personajes de Arbus procedentes de la otra humanidad, los monstruos escondidos por lo considerado antiestético por el resto. No eran nada conscientes de los cambios que nos magnetizan en dos campos, en unos y otros, en ellos y nosotros, pero seguramente fuesen más humanos que tú y que yo. Por la magnetización dicotómica, la división y el divorcio, la separación del todo en partes que actúan como desconocidas entre sí. Y “los otros” ven igual a ellos al resto en su utópica visión del todo. Ojalá yo fuese un "otro". Dentro de lo dignamente esperanzador se puede decir que no será fácil en mi anónima curiosidad de buscar, husmear, desenterrar para finalmente conocer. Es un tramo final sin pérdida donde te encontrarás como yo, perdida al final del tramo. Llega el fin de mis alegaciones inconexas, que no dejarán de ser juzgadas por ustedes mismos; sé que a ti también te sienta mal este trato general e impersonal, dejémoslo en que no mereces lo que conlleva un trato íntimo.

Así que adelante, júzgame, pero júzgame bien; los ojos abiertos, la lengua cansada.

Texto: NOVIEMBRE 2009