Santa María del Mar, Barcelona (Septiembre 2009)
Noches de vampiria absoluta. De necesidad de sangre, de metamorfosis indiferente. De no comprender que todo era real, y que nadie era consciente. Ya no sé cómo escupir los pedazos indigestados de esta fracción de mi vida sin agrietarme las ganas, quebrantarme la mente o sonorizar mi dolor mientras se me destruye la voz. Drogas para el alma. Necedad, no necesidad. Nunca mereciste aquel puesto privilegiado en mi fábrica de sueños.
Katharsis al más puro estilo griego. Hoy lluevo. A trompicones escupo todos mis pensamientos imaginados, todos saliendo; todos aquellos que, una vez más, nacieron para ser sentimiento, una pequeña sensación de nervios en el estómago que venía a la vida para quedarse en el mundo de las Ideas. Cuántos fueron no lo sé. Algunos, identificables, tienen la posibilidad de ser controlados; otros, inidentificables, disfrutan de su belleza. Ése es nuestro error. Quizá los alimentamos en vano, sabiéndolos recuerdos de un futuro no real, de todo aquello que nuestra mente se esfuerza en provocar y evocar como momentos de una vida que nos gustaría vivir. Momentos en la mente de un futuro con ganas, ideal, mentalmente bello e ideal. Los cuidamos con especial atención y cariño porque sabemos que no vendrán, no nacerán en este mundo. El error es pensar que una reminiscencia se convertirá en realidad; tan sólo quedaría destrozada en el campo de la vida real. Eso afectaría a su existencia originaria en nuestro mundo de las Ideas. Se atrofiaría, rompería, agrietaría, contraería, deconstruiría, y todo eso dolería más que lo que hubiera sido su existencia perfecta en el mundo que le corresponde... el de las Ideas. El de las mentes. Todo se conserva mejor, y es especialmente cuidado, sin estropearse nunca, por esa realidad paralela de la atemporalidad que me resulta fascinante. Como en la fotografía. Lo celebro igual, o más, que Rosalind Krauss. Es algo sólo existente en la fotografía y en estas reminiscencias que he llamado futuras pero son en realidad atemporales; en los pensamientos que construyen, con muros, nuestras ciudades mentales. Los muros que nos construyen por dentro, que se alzan altivos, dignos, fuertes; que no miran hacia abajo, sino al frente. Imposibles de derribar. Son las emociones el punto originario que da paso y desarrollo a la imaginación.
Dijiste que nunca has sabido medir mis emociones. Nunca supiste ponerlas al lado de tu propia escala. Comparar no, pero medir sí. Nunca has intentado medirme, no quisiste acercarte. Quizá quisieras, pero no lo hiciste. Quizá no sabías. Quizá te asustaba. Intención con ausencia, la mayoría de las veces.
No sé cómo, ni por qué, me he sentido más cercana a esas personas presentes en mi imaginario futuro; y, de repente, ahora desaparecen. Me quedo fría. Algo nos unía en el mundo real y en el otro, en ése más ideal. Pero ya no habrá más puntos que cortan la recta, no en esta línea.
Contradicciones sin masticar. Lugares a los que finalmente no volé. Llamas que arden en mis cenizas. Un día me fui, y todo cambió. Al volver todo estaba vacío y no había eco porque las paredes habían desaparecido. Ojalá nunca hubiésemos vuelto de abril. Toc, toc... en tu pecho. Ya no hay nadie. No eres tú lo que duele, es el vacío. No es tuyo, es mío. No te apropies de lo que no eres dueño. Yo no salí de allí, ¿no lo viste? Ojalá disfrutase, como tiempo atrás, de mi vacuidad interior tan desaparecida ahora. Ya no tengo eco.
Si tan sólo lograse sacar una mínima parte de lo que tengo adentro, lo que me clava las uñas por salir, me araña las entrañas, me hace blasfemar contra ti, contra mi impotencia y mi dolor. Contra mis recuerdos más amados. Contra la vida. Y blasfemar contra la vida es pisar el escalón más bajo de la escalera, tropezar, caer de repente sin arnés, de espaldas, en el vacío. El tiempo no tiene piedad, todo lo marchita y lo mata. Yo me oponía. Las personas lo permiten. Sigo en pie en esta expedición antropológica en la que me agradecías haber aparecido porque tanto tiempo te sentiste solo. La misma en la que has decidido abandonarme sin ton ni son porque, de repente, te apetece volver a aquel punto muerto en el que aparecí. El mismo en el que tanto celebrabas mi presencia. No recuerdo el momento exacto en el que hice mutis por el foro, aquel en el que me sacaste de tu escenario, en el que cortaste las únicas alas con las que podía volar. Me he quedado coja y manca, y no sé activar mi sensor de movimiento, entrar en calor. Me hielas. No recuerdo cuándo tus ganas empezaron a apagarse cuando mi voz dejó de sonar en tus oídos; cuándo mi imagen empezó a verse borrosa en tus pupilas, ante tus ojos. Cuándo empezaste a difuminarme sin yo sentirlo. Siempre fuiste tú quien llevó los pesos livianos.
Mi mente reza que tienes obligatoriamente que creer, aunque sea para tus adentros, que todo lo puedes. Nunca te faltará, entonces, lo necesario. Lo que sí es necesidad imperiosa. De lo contrario, ya lo viste. Te ganó el pulso. Nunca te diste cuenta de que el débil eras tú. Y yo... Sólo quiero vomitarme. Tanto aprendí a escucharte que no supiste ver que yo también necesitaba unos oídos. Tanto que desaprendí a hablar.
No, no almacenas caché, y no te atreves a negarlo. Te ves necio. Total, para qué desperdiciar espacio en el disco duro de memoria.
Texto: NOVIEMBRE 2011