Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

jueves, 23 de mayo de 2013

Incongruencias

La seguridad en uno mismo no existe, es algo inventado, mental; pero poderoso. Es un fantasma. Medir las decisiones y asentir: nunca sabes qué es lo que debes hacer, pero sí lo que quieres hacer; y aún decimos que no sabemos decidir. Por supuesto que sabemos, es un acto más de La Commedia dell'Arte, o della Vita. Siempre hay cosas que sabemos que se ocultan al otro lado de la puerta de nuestra mente que ve desde lo más profundo de nuestros deseos hasta el más insoportable dolor. La seguridad es imponerse, es franca, pero también rauda y veloz, y tan deprisa viene como se va. Lo que nos queda es el campo visionario del espectro que deja en nuestra memoria, que consultamos cual manual de instrucciones del que un día podremos prescindir porque supimos cómo funcionaba el mecanismo del sentimiento.  
Texto: JUNIO 2012

domingo, 10 de febrero de 2013

De cómo escribir en pasado cuando aún era presente



Le costaba irse, dejarme. Sus palabras siempre intentaban tranquilizarme porque era lo que él necesitaba. “Cuando queden cinco”, decía, pero no me gustaba permitírselo. Irse. Al menos, irse así. Me preparaba. “Me voy, ¿vale?” Pero se giraba y se iba, sonriendo, sin que pareciese que el suelo se convertía en una cama de agujas a cada paso. Se iba sin mirar atrás. Bueno, tan sólo a veces; y si lo hacía era cuando tan sólo un paso lo separaba aún de mis brazos. Yo sabía que no quería irse, no dejaba de mirarme. Cruzaba la calle hacia la otra acera y el paso ligero lo engullía. Me gustaba verlo alejarse, desaparecer, conociendo sus pasos. Una vez en la subida por la derecha nunca miraba hacia atrás, y su mano, también derecha, buceaba entre los corales de rizos que era su pelo. Sus ojos, el color de la brisa que él daba a Madrid.

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La muerte de las cosas que pudieron ser, y no fueron. De las que quisieron ser y no pudieron. De las que quedó huella invisible, huella exhausta tras la acusación de ser la culpa. Ésa era una de las peores muertes: la de las cosas desaparecidas e inertes ahora de lo que antes fueron vestigios de grandes icebergs que, al verse venir hacia acá, se decidieron ahogar.


Textos: MAYO 2012

El ladrón de agua



Me ha robado el ladrón de agua y ahora no quiero aparecer. Soy transparente a su lado y me huele como un loco. Me abraza, me mima, me tira, me caigo y se baña en mí y me besa como si no fuese a aparecer nunca más. Como si me perdiese sin remedio, sin solución. Al cerrar los ojos, soy dolor en lo más profundo de su ser. Soy peces rojos que nadan sin flotar. Soy un hogar que es el camarote de un barco. Soy un piso inundado donde las pastillas de jabón no engordan, donde los trapos hechos jirones se reinventan, donde los zapatos se esconden bajo la mesa y no las camisas bajo el sofá. Me gusta estar llena de él. Se baña en mí para no desperdiciarme, para que no le duela verme desparramada y esparcida por el suelo. Y dentro del hogar bajo el agua, me mira en silencio sin pronunciar palabra, cae dentro de mí y gime intenso y atrapado y, en su infinita locura, me ama. Que yo vuelva a mi cauce sin él debería no ser posibilidad.
Se enreda conmigo y no le dejo dormir. Se mueve mi oscuridad en su silencio y perturbo sus pocas horas de sueño. Los largometrajes asiáticos nos hacen reír y cantar, y los de Oriente Medio nos ahogan y me hacen llorar mientras lo apreso entre mis brazos. Ha olvidado cómo parpadear. Yo no me acuerdo de respirar. Su pelo me desafía. El sofá no quiere dejarnos ir. Quién va a amarse sobre él si nos vamos, quién va a desaparecer si ya no estamos, quién va a disfrutar lo que hemos cocinado, quién subirá las escaleras con los pies ávidos para encontrarle, quién lo abandonará por una azotea de sol cambiante. Me gusta disparar con él, concentrados en sonreír. No hay alto en el fuego.
Me gusta sin vinagre ni miel, me estruja como si me fuera a romper. El sexo de los domingos dice que los lunes nunca volverán a nacer; como si el sol no se fuese a volver a poner me señala el cielo incendiado, adonde disparo sin oxígeno. Me escribe frases con letras como nosotros, que no tienen espacios por si las fuesen a matar. Le dije que tendría que vivir con la enfermedad, que ya no podría curarse. La realidad escapó por los desagües. En el quinto piso sin techo las chimeneas y los tubos dejan salir las respiraciones que habíamos perdido. Cuando la luz daña los ojos, el té hierve para templar el interior de los cuerpos.
Las hojas de jazz están hechas de lunares. Me pisan sus pies tímidos que tanto me buscan en mi ausencia. Ama mis silencios punzantes bajo la piel, los silencios que se funden con su sangre, que le dan de beber, que lo reflejan en mí; que lo borran y me hacen ondas cuando me toca. 
Hoy me fui sin querer avisar, pero volveré para improvisar dos billetes de avión en las servilletas de papel que duermen junto a las migas de pan sobre el mantel, junto al olor del café recién hecho y de su miedo por el fin. A mí me asusta la luz del día que me quiere intuir. Nos proyectamos en un universo de frases de guiones de cine que nos mecen en los labios de Mae West para dormir. Las canciones que saben insistir nos llevan hasta California soñando. Por los poros de mi persiana entra la luz para esperarlo. Las palabras que no se atreven a nacer aún no estremecen los oídos, y las que se refugian bajo la lengua son fusil en nuestros ojos. Sus pies hablan de puntillas entre el baño y la cocina. ¿Te gusta la piña? Vivimos en las nubes atrapadas entre dos antenas y, con el fuego, a nuestra izquierda, nos teñimos de color azul. 

Texto: FEBRERO 2012

Madriz



Los tejados de pizarra negra entablan sacra conversación con los cipreses. Los cristales reflectantes quiebran la armonía del color ladrillo. En Madrid hay puentes verdes para sobrevolar las carreteras. Hay naranjos tristes y avergonzados a la sombra de los abetos. Los árboles muertos y desnudos en invierno descansan más que los vivos y vestidos. Hay campos perennes que no se los lleva el frío, hay zarzuelas y coplas sonando en un infierno blanco donde los árboles no se mojan porque están congelados. Hay plantíos infinitos en Madrid a la luz del día que descansan en alquiler a merced del tiempo.
Los geriátricos se acuestan pronto para rozar el sol del alba en las villas, y un sonido global se graba a cada milla. Las imágenes del tráfico dan calor en las plazas. Los magos se esconden en sus casas. Las antenas fuman el asfalto dormido bajo el sol. Los carteles exhiben anuncios de sexo gratis en los horizontes perdidos. Llanos son los campos y sus heridas. Sangran las carreteras mientras los prados verdes no se oxidan. Crecen muertas las encinas. Ondean las banderas a la luz de las bombillas, al grito de la muerte en las bocinas. Las sombras de las piedras entorpecen las esquinas. No se ven semáforos ni jaurías; hay camiones en las vías. Los canales de las aguas braman en calma su fatiga. Entre los álamos hay cuevas sombrías. Los castillos gritan su agonía. Las construcciones olvidadas temen por sus vidas. Se vende en blanco y sin garantías. Los arbustos a salvo observan varios árboles degollados sin color. La espera de los columpios muerde con rabia el silencio de los ruidos. El metal suena en los frenos. Las agujas y las cadenas son livianas y se las lleva el viento, y el olor de las ruedas se infiltra en los llantos de las montañas. Nacen distintos verdes en las encrucijadas. Cables enredados en las llantas. Los jardines se olvidan en las radios de las masas, y el olor de la gasolina nunca empalaga.  

Texto: FEBRERO 2012

Apocalipsis



Los círculos con lazos de papel de regalo se han cruzado con las nubes con luces de neón. Los carteles rezan que no se debe rezar. Las gotas no deben salpicar, ni las olas saltar. Hoy se destruye y quema la vida en los bosques de las flores inertes que han crecido siempre verdes. Vida humeante como arroz, como wabi japonés, como el té a punto de sonrojar.
Vivir es el miedo. Afrontar, coser, barrer, sentir, matar, caer en el miedo. Tragar palabras. Vomitar llantos. Aún no me ves vivir del todo porque tengo un miedo inconsciente, incontrolable, sin ser específico. Con el peso de estas cadenas que protegen mi desnudez te pido perdón. Esta piel vulnerable al frío necesita tu calor, pero le aterra tu tacto porque desaparece contigo.

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Entre blancas y corcheas soy el silencio que no cesa. Las aguas tiemblan por su quiebra contra mi pecho. A mis pies, las líneas de los ángulos que nos observan han quedado de piedra. Los pájaros que permanecen atrapados en el torbellino de mis sonidos negativos pían al terminar mi Obertura 2012, doscientos años después. El despliegue de armas va a dar comienzo entre olivos y encinas. Rosas sin espinas cantan que ya no hay atrás. Es el fin de los días.

Textos: FEBRERO 2012

Versos a la Muerte



El frío es una aguja incendiada que muerde, que cose la piel cruda, sin hacer. Se indigestan las heridas y colapsan las vías asediadas del ardor que causa el regocijo del alcohol que, envidiado por el petróleo, se expande sin teñir, se mezcla sin formar, contamina sin voracidad cada río de glóbulos rojos que bañan y riegan mi árbol interior.

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Nieve. Siguen siendo agujas escondidas, o tal vez perdidas, en la nieve. Copos de nieve son centímetros de muerte. Tiempo congelado, al punto derretido. Las agujas marcan un punto exacto, un momento, lo efímero del golpe preciso. Las agujas pinchan la nieve, la enhebran. Enterradas bajo los centímetros marcan la nada. Quiere derretirse, pero no lo sabe. 
Las horas ya se habían deshecho, y buscaban las agujas en la nieve en el piso equivalente al nivel -2. Las agujas inertes, que no se mueven, afiladas, perdidas en el vacío de la inmensidad inabarcable, bajo las mantas del invierno a cuadros y a rayas. El color rojo. Sangra toda esta nieve traspasada por las agujas fugadas. Las agujas fugaces que marcan el ahora. El reloj ha muerto. No hay líneas paralelas, sino de muchos tipos perpendiculares, que se cruzan, que chocan en el momento exacto. Como cuando algo no es creíble, existe esa sensación de broma muy mala que no hace gracia. Es un chiste negro terrible. Silencio. Échame sal, soy muerte vestida de nieve.
El hielo ha congelado la voz. Los silencios tienen eco y suenan, y resuenan en toda la montaña. El ruido del fuego mordiendo la madera y cada una de mis neuronas. La voz del viento audible, que es la única que habla, baja el volumen. Los corazones también mordidos y hundidos en la nieve, ahogados en los gritos y en los llantos que pronto habitarán el fondo verde bosque de la piscina. Duerme el agua helada bajo el canto de algunos pájaros. Tienen hambre y el frío les arranca la vida. Las ramas duelen. Las raíces gritan. Las hojas arrancadas de la vida por fin se disponen al descanso. Los cristales te miran a los ojos sin una sola queja. El azote de la muerte en el viento abraza cada árbol. Los copos apilados, cosiendo una segunda capa de piel que congela el aire propio de las respiraciones. Las placas de hielo se suicidan desde los tejados sin haber escrito una nota de despedida.
Ven y échame sal en la nieve helada, que hoy resuena el eco de mi ausencia. Silencio. Retumba el silencio en las voces dormidas. Dicen que la carne es débil y olvidan que la vida es frágil. ¿Cuánto dura la vida de un copo de nieve? Duele lo frágil del hielo, que no se quiere fragmentar; de la nieve, que no quiere cuajar. De este frío que por no dar su brazo a torcer no piensa cesar jamás.

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La Nieve bosteza con la mente en negro a las diez en punto de la mañana. Con esfuerzo en las extremidades se levanta del suelo. Tropieza consigo misma al caminar. Coge una taza de porcelana blanca del aparador. Busca su reflejo y no se encuentra. La llena de agua fría para su té blanco mientras se cruza de piernas. Se descruza. Se muerde las uñas, impaciente. Saca la leche de la nevera blanca, y redunda en su propio color. Cree que no puede verse a sí misma, pero es incapaz de no estar presente en todo a su alrededor. Los cubitos del congelador, que no falten. Ahora, el turno del azúcar. Saca una cuchara blanca, también de porcelana. Se lamenta de no poder utilizar cosas de plástico, ese maldito conductor del calor. Bebe su té en el sillón, frente a una chimenea glaciar, de hielo, toda congelada. El azul y los colores de la aurora boreal del frío del norte, que se han roto en mil pedazos, la mantienen a su temperatura ideal. A través del cristal gélido de los ventanales de toda la casa se ven caer copos de la casualidad que rige la vida.
Contempla, entre sorbos, los pinos a los que viste. Sorbete de té. Sí, era sorbete, había vuelto a abrir el refrigerador para echar unas gotas de limón. Sin lo amargo, la vida no es vida, se dijo entre sus dientes blancos. Sé lo que estáis pensando, pero la Nieve no podría tomar agua hirviendo para un té. No hay nombre para ese fenómeno hipotético... Ni para tantas cosas reales que tampoco se asumen, que no se digieren, no se abarcan por su inmensidad. No se entienden. Hechos que han parado el tiempo, pero no. 
Las agujas ya salieron de entre la nieve, listas para retomar las horas perdidas en el reloj muerto, ¿o eran las horas muertas de un reloj perdido? ¿Qué hace la diferencia? ¿Qué es estar perdido, y qué estar muerto? En el sueño no hay diferencia, hay limbo y purgatorio en ese estado de la mente que todo lo torna oscuro pero cuya claridad te ciega, como la nieve. En los sueños se está perdido, ésa es la diferencia. En los universos paralelos no hay puntos de unión, por eso las horas muertas o perdidas esperan su turno en los universos perpendiculares, llenos de cruces de caminos. Todos llevan a cualquier sitio a pie. No hay asfalto, no existen los semáforos porque no existe el tráfico. No hay accidentes porque se burla la casualidad. ¿Quieres ser uno de mis puntos de unión? Hasta que los universos nos separen. 

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Ya no queda nieve, los centímetros de nieve entre medias han desaparecido. Fue una tarde y asfalto, varios pares de ruedas. Los centímetros que separan las vidas cosen botones perdidos. Besos de puntillas, trastos de andar por casa. Maletas sin siglas. La nieve se comió unos zapatos que nunca volvieron a andar, unos pies pequeñitos que no corrieron más, que no volvieron a llegar para abrazar y que, sin embargo, no se irán nunca porque han dejado su marca en un perímetro de nubes que abarcan demasiado.

Textos: FEBRERO - MARZO 2012
A ti, Lola, un año después.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Estratosfera propia



Rayas cruzadas y dobleces en varias capas. Los círculos me envuelven entre mantas para servirles de manera fiel e inesperada. En el campo cultivo palabras y en mi casa crecen bayas para la mermelada de color azul. Las manos que la buscan, ansiosas. Bajo tierra hay besos que olfatean el rastro de tus ojos para morderte los labios en el exterior. Las madrigueras llenas de ganas. La constancia y perseverancia de las hormigas husmeando en los poros de nuestros sueños; esas hormigas surrealistas que corren por mis manos desde el año 1929.
Acortan distancias sin dudas, sin preguntas que hacer. Bienvenidas a nuestro campo de batalla donde los cuerpos yacen. Las bombas caen y los vikingos cantan y silban porque los conejos han empezado la trama ya. Conquista bajo tierra. El polvo guarda el olor del tiempo podrido, el fuego en cenizas de las entrañas, los juegos de palabras. Las letras mordidas y olvidadas. En la terquedad de mi estratosfera propia sigo oyendo tu voz. Forma y ritmo y compases agitados, craquelados, que dibujan polígonos de varias caras frente a espejos vírgenes que no pueden mentir. Te muestran tu lado más escondido bajo el blanco del disfraz. Mientras, la lógica juega al escondite y las ovejas a la pelota. Juegan para ignorar el deber de pensar. Aire inflado que quema en las manos para no dejarte respirar. Ignorancia no resuelta que quiere dejarse de bañar si el agua purifica. Herir bajo la lluvia es el regalo para el mejor postor en la vida. Hagan sus apuestas o callen para nunca.

Texto: ENERO 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012

Los párpados dormidos




La soledad no fue habernos perdido: fue habernos vivido, habernos tenido, habernos bebido a años luz en una realidad imposible ajena al mundo visto por los párpados dormidos. Ahora, en consecuencia somos pieles erizadas en huelga de amor. Los espejos ya no se miran en nosotros, y mi cámara me observa resignada. Los relojes recuerdan nuestras horas en gris, nuestros boikots a las agujas, nuestras guerras a su movimiento impetuoso e impúdico. 

Tu ventana dejó de dar los buenos días, y nuestras últimas noches durmieron para siempre cerca de aquellas montañas de Castilla que tenían envidia de tus ojos verdes.


Texto: OCTUBRE 2012

lunes, 27 de agosto de 2012

Experimento sonoro



Conciencias inexistentes, aletargadas. Palabras inservibles en hechos que no merecen. Impurezas visibles, lloviendo por el mundo. Consciencias ignoradas, insuficientes. Borrones y muchas cuentas. Nuevas imprecisiones. Notar la Caída del Imperio Manchado de Occidente, del Imperio Muerto de la Mente que se cierne con nocturnidad y alevosía. Espuma y azúcar glasé con canela para alimentar destrezas calmadas que se aburren en la cama. Ni yo sé del otro ni el otro sabe del yo. Han muerto los espejos por el retraso de un tren. Han atropellado la imagen indecisa y falsa de la rebelión de la manada de las ovejas y el rebaño de los lobos. No somos nada. No hay personas sin tolerancia magullada. Sin hambre engullen y tragan. Somos tierra sin sabor y tantas bocas sin pudor que hablan en nombre de todos los ojos sin ardor. Es la muerte del mundo que caía sobre Neruda cuando su último verso gritaba en mi reloj: “Tengo miedo”. Agujas retorcidas en desuso. Descompuestas, desgastadas, deshilachadas. Manivelas mordidas. Punteras rotas ateridas. Menesteres aclamados sin vergüenza. No tengo miedo escondido entre las muelas, pero me aterras.
Jornadas de existencias capitalistas en vidas detestadas. Tostadas insaboras. Distancias desconocidas invadidas. Pisadas compartidas. Me quemas de la boca al esófago. Sentirte me fusila. Hoy me ciegan los brillos metálicos del repiqueteo de las gotas no cosidas. Penden los mástiles olvidados cantando las proezas de los viajes nunca contados. Las sirenas cantan ruidos para romperte los tímpanos y las voluntades exquisitas. Menospreciadas, caen y se anclan, se ahogan, anidan en las algas. Tus branquias oxidadas rugen mientras yo escribo por impulso. Nunca me tiembla el pulso. En los recovecos de mi mente suena el eco y abrasa, hirviente. No me entiendes, me mientes, y me atrapas con tus dientes. En los oídos no me tientes. Por las esquinas verdes asoman los círculos de las serpientes. Asustadas, mastican y devoran a sus víctimas pendientes. En los cimientos de las rosas hay tropiezos tristes. Es el cemento de las parcelas que construyo sin que me desvistas y me hieles. Escribo a borbotones sin dejar que me pienses. Mi mente sangra tras el disparo a bocajarro.
Los gritos y las risas en las plazas. Las arenas imaginarias. Son niños y unas cuantas voces las alarmas. Los llantos por los crímenes hervidos. Masticar sal era un placer abrupto. En la naturaleza no hay ciudades ni hay llantas, hay vacas muertas sobre el asfalto de las carreteras. Quieren tocar el piano porque envidian a los burros surrealistas, y descansan bajo las sombras de las cascadas. Somos atardeceres y mamadas. Aún hay sol por las mañanas. Me observan los ojos verdes de un tipo con barba. Veo manos inertes en pozos de agua. Te detienes y callas en tus pasos hacia mis entrañas. Y parece que engañas a mis besos con tus zarzas cuando te coses a estas marañas. Somos hilos en babia porque aún no me hilvanas. Las agujas son arañas que trepan por las acacias, desde mis pechos hasta mis falacias. Son textos sin coherencia por la ausencia de especias. Hoy sin ti sobre la mesa no tengo qué llevarme a la boca.

Texto: ENERO 2012

Escena nocturna en autobús



Tics en el cuello. Arriba, abajo. Izquierda, abajo. Derecha, arriba, izquierda. Una mujer de unos sesenta años habla sola. “Quince días, nada menos. Me muero... Bueno, no se muere nadie”. Ve a una niña de tres o cuatro años con su madre. “Te vas de noche y vienes de noche, ¿eh? No me gustan las guarderías tan chicos. Que estén en casa con el agüelo. No me gustan y usted lo sabe”. El gesto de la madre ha cambiado en el transcurso de las palabras. Al principio había contestado y sonreído; ahora hace ya rato que se apeó del vehículo sonámbulo, dejando a la mujer hablando sola, sin dirigirle una última mirada. “Y ahora me voy a tomar un café, que ya se lo pagaré mañana. No quiero ni verla. ¿Y la tengo que ver? Pues sí, tengo que verla. Ella, con su hijo borrachito como estaba ayer, que me dijo: «Mari, que estás muy guapa, hoy te vienes a dormir conmigo». Vamos, que se cree que me acuesto con cualquiera, como su madre. Como ella. ¡Si yo sólo quiero vivir! Porque todo el mundo lo sabe, que aquí no se muere nadie”.
La decrepitud de las palabras, más arrugadas que la piel del rostro, abandonaron hace ya rato la cavidad de los andenes vacíos de su garganta, seca y áspera. Hemos llegado a la estación de tren y todo lo que hasta ahora había convergido, divergirá hasta la próxima casualidad.

Texto: ENERO 2012

Vencible


Escupí mi declaración de intenciones sin haberte puesto el ojo encima. Sin mí, sin contexto, y en un texto. Echar mano de ti llegó más tarde. La creencia y creación de intenciones sigue intacta, inocente, intensa. Hoy juego a unir con lápiz los lunares de tu cuerpo para descubrir el dibujo oculto. Tú planeas encontrar las mil y una diferencias entre el significante que ves de mí y el que te muestra mi imagen a través de un espejo cualquiera, con y sin sombras. Sin sanguina no hay bosquejo. Del color de tu plato de 'pasta al nero di seppia' sacas la tinta para coserme a través del ojo ajeno.
Nos acechan las piedras del camino cuyos árboles han vomitado todos sus hijos. Tres minutos por delante de mis pies entre las hojas, bajo la oscuridad del sol, a ocho mil y ciento noventa y cinco pasos de violar la parodia de la huida. Con un poco de leche y demasiado azúcar, como es costumbre. Las coordinadas no son exactas, rondan los minutos escondidos en diez millones de millas. Rodeadas por el frío en quiebra de la humedad del mar las mentes olvidan la vía tres. Los pies vencidos, invencibles.

Texto: ENERO 2012  

Sabores



Tu sentir en el abrazo externo de mi interior, que te acoge y muerde sin piedad, sin fin pero con finalidad. Dentro de mí, tus ojos abiertos; la voz muda, rota por tu silencio.

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Un par de tercios. Media mitad de una botella. Aúlla la cerveza al morir estrangulada, vejada, desnuda. Los adhesivos rotos sobre la mesa. El vidrio borrándose en su transparencia, tornándose cada vez más opaco, más callado. Ya no grita en mi poder. Soy cerveza.

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Voy a cobrarle a tu cuerpo todas las deudas de las ganas conmigo. El sol de invierno que ciega la piel y abraza los ojos sabe engañar al tiempo. Un invierno de un mes es demasiado entre mis pies sin tus manos. Ojalá mis piernas fuesen de altruistas como mi boca, que se olvida de mí cuando te toca. Éste es el vértigo mareado de los estómagos sin sabor.

Textos: ENERO 2012

domingo, 26 de agosto de 2012

El espejo


Me gusta tu espejo. Con tu tiempo y el mío no hay asfixia en las horas. Delirios ajenos y demencia muy tosca. Envidias que no curan, que se proyectan y se estrellan; que no causan impacto en nuestras paredes de oxígeno en papel de burbujas, que no pinchan, que no punzan. No pueden traspasar el ardor de esta atmósfera tibia, condensada en el vacío sin enjaular en tarros de cristal. Sin vergüenza ni temor. Con la pureza del mirarnos. En las alturas no hay dificultad. Ojalá encuentres tu sitio y seas feliz en su perímetro. Cuando los círculos ajenos están sellados no cabe intento de dañar. Las esferas circulares cuya continuidad no se rompe ni se destruye, donde la velocidad la marcamos los maquinistas. Conducimos trenes privados donde no cabe personal ajeno, donde no pica otra curiosidad que la dual, la inmensa en la reciprocidad doble que para y oxida las agujas del reloj. Huele a carbón y es lo que queda en la despensa, infinita en fuerzas, renovable en energía, reciclada en material. Para que sea justo perdernos en la Naturaleza.
Me gusta tu espejo. Tus pies se enredan, y uno de tus rizos anida en el suelo y duerme junto a tus zapatillas, sin aire y sin viento; verde fresco como tú. Vivo, atado entre cordones liberados, libres, libertarios. Cordones de huida en tus pies rápidos, que me recorren en el camino para tu llegada en mi mente. Corsarios a la deriva dormida, que reman con mirar, con el ansia de besar, de llegar, de beber sin respirar.
Y es tu agua retinal la que calma mi sed, la que ahoga mi fe en lo demás. Se concentra el té en el fondo y el sabor dulce que retiene la amargura del café, que desaparece de una vez. Sabe a tantas cosas como queramos. Los azucarillos geométricos se triplican en tu estantería de cubitos de palabras, amontonadas con esmero y unanimidad, sin espacio para el polvo en las cornisas de las ventanas. El alféizar de las baldosas con mi nombre a cada paso en cada pie del subir por tu escalera, que me abraza como si no existiera, como si no hubiera manera. Yo te alcanzo en el sueño con tu olor a mi madera, húmeda y seca, suelo paciente que te espera en mi ceguera. Para reconocer el sabor de tu mirada me sobra y me basta la oscuridad de tu cama.

Texto: ENERO 2012

Palabras


A pies juntillas, con los dedos de puntillas, yo creo en ti. En el carisma de tu lengua, del fondo inexistente de tus ojos, del eco de tu tacto sobre mi piel, del retumbar de tus besos en mis pies. Los oídos son mudos ante tu silencio obtuso y claro que muerde mi pulso al ritmo de tus manos. Tus dedos, que gritan en mi pecho a la luz infinita de tu oscuridad inmensa presa entre mis piernas. Palabras que quieren y que intentan, que se quedan a las puertas. No van solas y no van tiesas, desayunan con fresas. En tus ondas, mis caderas. Palabras que se enredan, que se enroscan a mi espalda para dormir, que anidan en mi cuello cuando las destierras de tu lengua. Que me buscan y me encuentran al salir de tu cueva, cuando las liberas para mí. Así son tus palabras.
Un picnic es redundar en el color rojo del piso de abajo, con luces a nuestra espalda y un té frente a la lengua. Es drogarnos de nosotros mismos hasta desaparecer. Es todo cuando no es nunca demasiado, porque es nada, y demasiado es incontable, y no existe. 

“Sugerencias, ninguna. Súplicas, todas”. Durmiendo en tu piel se destapa una larga lista de distintos tipos de felicidad hipotética; mentalmente, de hoy, del momento, de mañana. De que el despertador no suene mañana. Junto a mis monedas, la piedra de tu bolsillo bosteza, se despereza, se calza sus botas rojas y se lanza al mundo. En el último disparo, la vida flota en la sobrerrealidad del abismo de tus ojos. Entre el primer y el último disparo, nunca hubo nadie como tú.


Texto: ENERO 2012

Miscelánea edulcorada



Al aflorar en el campo de mis piernas pensaste que fue vértigo. Sin alturas entre los dos. Sin centímetros de más en este diámetro horizontal. Proyecto las sombras de tus sueños, y es más fácil la simbiosis. El vidrio transparente de mis ventanas tumba cada puerta que has dejado atrás. El ritmo de las agujas del reloj perdieron el rumbo, desaparece la dirección. Mi brújula fundida, mi norte derretido en ti. Aquí y ahora, sólo tienen mar alrededor; el horizonte de la isla de tus brazos y mi penumbra de expresión.

Libertad en mis rayas a ritmo bicolor. El reflejo de la velocidad de mis pasos al correr. Tu quietud en espera, inquieta, de la calma de tu vista viva. La lentitud del coraje de tu tacto acompasado, escribiendo notas sobre mi piel. Lo delicado de tus dedos en llamas ardiendo para mí. Lo irreal de la caída en el vacío propiciado por el sabor a oscuridad. Lo múltiple de la cantidad de tus almohadas en las dos alturas. El color azul del soporte de tu sueño. Los sonidos con eco de lo profundo de mi espalda. Los alaridos de mi interior y su clamor al vacío. El universo infinito en la fusión del ardor. Poesía eres tú. Las palabras que no hablan por ti son tuyas. Y, finalmente, las cerillas del tacto de tus manos prenden la mecha. Una vez en el fuego, nada es reversible salvo la piel. Al ritmo de las letras de tu nombre en vaivén, el futuro incierto de mis pies.

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Eres de mi cuerpo las dos alas, hoy trino en la sonoridad visible de tus ojos.
Aquí mi pico inquieto por tu piel, allí danzo a gritos en tus brazos.


Volar y romperme. Embalarme sin miedo. Al vacío para que no entre aire en mi cerebro que me haga cambiar de opinión. Al caerme con risa no hay dolor. A tu lado calienta más el sol de las mañanas de invierno. Ya no se me cuela el frío por los agujeros recónditos de mi alma-colador. Con tu mano izquierda me escribes; me proteges del ruido, y el silencio, perfectamente existente, suena con ganas. Me encuentro en tus letras, que me observan con recelo. En mi mente sonamos a los años sesenta con acento británico; olemos a té rojo y negro, sabemos amargo y dulce con azúcar en su justa medida antes de engancharnos y quedar atrapados. No hace falta huir en las alturas si canto con los ojos cerrados y tu mente me mira, salpicada tras el orgasmo visual y el deseo.

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Entonces dijiste que querías vivirme. La ventana es para ti; es la tuya. O saltas, o te sientas. Soy la intensidad del vértigo en tu estómago, soy bailar contigo en singular, fundida en ti, extrañamente vertical. Se me enzarzan las manos en tu pie izquierdo. Quería tocarte el tobillo, sentirte por fuera, imaginarte por dentro, no contarte las diferencias, arañarte con besos. Tu desayuno sin palabras con sorbos al silencio habla con un café que se termina, y uno que se olvida; y azúcar helada. Mi boca junto a tus nubes.

Textos: DICIEMBRE 2011 - ENERO 2012

viernes, 24 de agosto de 2012

Abrasarnos



Hago nudos para ti con todas las extremidades de mi cuerpo. Lazos sin dolor, sin calor; son mis nudos sin temblor. A mi sangre en tus pies le faltan tus enredos entre mis piernas. A tu entrepierna, mi amor con lengua, susurrando que te amo, intensa. La muerte del sonido implicaba el fin cuando, de repente, oí que prescindías del aire. Escuché mi vanidad, y hubo eco. Al cocinar no debe faltar la sal. Del vértigo a saltar, un mar. Tejer marañas de ovillos es mi ocupación. Sin necesidad de música en el sofá, hay dos y molesta el algodón. Son nubes de sueño no aptas para la mala alimentación. El hambre da vueltas tras el escritorio; el sillón, giratorio, mira de espaldas el juego. Su mirada en el fuego ríe con nosotros. Abrasarnos al devorar es demasiado fácil.

Texto: ENERO 2012

Simbiosis



Y amar el respirarte en el frío de la niebla de una noche atemporal, observando la poca distancia focal en la nitidez. El plano de cómo muero por tus ganas, de cómo hacemos simbiosis. Tú quieres utilizar la realidad como lectura ocasional, a mí me gusta que duerma en la mesilla de noche. Lo llamo lectura ligera. Observar. Volar de la vida para vivir en una baldosa. Te muerdo ese rizo frente al espejo, la piel suave de tus brazos vulnerable ante mi boca, observándome con el mismo y único ojo que la primera mañana en la que desperté en el enredo. Infinitos. Eternos los números octavos tumbados, tendidos. Primero inclinados levemente, con la suavidad de un soplido. Descansan derrumbados. El sueño, que me quiere poseer sin poder. Nadie, muchas preposiciones, tú. Te lo doy todo. Sin coma, sin pausa, sin puntos suspensivos. Sin palabras de más que lo destruyan. Sin finito. Vuelve a mí, a tu sofá. A tu cama de nudos sin parpadear. Si te digo que te amo, ¿puedo conservar los ojos? Cucharas abajo, me rindo. La gravedad me roba la sangre que me brota del costado izquierdo.

Dejo puntos suspensivos para reconocer el camino de vuelta a ti. Todavía te respiro en la muerte daliniana del tiempo derretido, que asciende y se purga, que se abandona con nosotros, que vuela en la incredulidad insaciable. La realidad, intangible. No hay aire para el siguiente aliento. Mueren los minutos en el deseo in crescendo del pentagrama de mi voz, que ansía la tuya. Paran los engranajes de mi espalda sin aceite para gritar la necesidad de tus dedos. La espiral del deseo de matar en los alientos que se muerden suavemente, y que se destrozan por amarse, es imperiosa. No hay sonido sin jazz, no ruido, ni silencio mudo. Somos una hache. Aparte, quietos. Sin prisa pero con afán. El anhelo, comiéndonos por dentro, roe la galleta compañera de un té virgen a la espera de la leche y el azúcar.

De cuando los días no viven ausentes, nada tiene sentido y todo es Dada. Mis palabras se marean en tu lectura inesperada. Ahora desnudos, para que sea más sencillo hacerme el amor en la sobrerrealidad de tu ducha sorprendida, de todos tus pensamientos prolíficos que no llegaron a emerger, de tus erecciones abandonadas, del azar sin brotar y el querer sin perecer. De lo amargo del olor de la ironía que te embriaga antes del café, floreciendo. Mi olor en tu lengua. Lo prefieres sin edulcorante. Con todas mis especias sobre tu cuerpo, sin faltarte sabor, ni valor, ni tambor en los oídos antiguos que no encienden el motor. Un toque de sal. En la maleta sólo un espejo, mis ojos y tu narcisismo precioso, perfecto, aliñado al gusto del espectador.

Texto: ENERO 2012  

Entre tus dientes


Bombillas a la par, un par de. Tu luz incandescente, espejo sin reflejo, espejo que es ventana; que ahora sí, ahora no... Gato de Chesire a rayas sin luz, colgando de una rama. Ocho tumbado que estira los pies para tocarte y llegar a ti, saltar un número y pasar a diez. Los pentagramas, dulces, del eco de tu voz, del universo de tus risas cortas y suaves. Salto por la ventana. Aún huelo el color de tu ojo izquierdo, casi engullido por la almohada. Mi tiro con arco y pleno, mi home run, mi suicidio dentro de ti. Yo disparé el arma. Tú te entregaste. Nos acribillamos al mismo tiempo en un segundo que no parecía tener prisa. Hacia delante van tus pasos tímidos, de un centímetro cada uno en el parqué, acechándome con miedo. El olor a inquietud. A lo surreal, a lo sobrerreal. La sobrerrealidad no debería pasarse por alto. El día en el que me convertí en polizón. Me tragó tu mar. Respiro y me ahogo sin diferencia. Llegó tu turno, encerraste a la puerta. Mandaste callar al interruptor. La oscuridad te dijo que me hicieras el amor, lento, suave, con imprecisión, con todo tu cuerpo. Dibujé en el aire un universo de cartón; cómo descubrí que te conocía, mi miedo a contagiar tu piel. Todo para ti. Mi insuficiente credibilidad, mi empirismo más práctico cuya última y única experiencia eres tú. Mi veneno. Desnudé para ti los dedos de mis pies, encarcelados, guardados, conservados bajo llave. Para los tuyos. Contra el frío. No hubo prisas ni hubo ruidos, no fueron luces, ni relojes. Hubo plumas y no dedos, fueron piel deslizándose y cuerpos enredados. Pocas horas de una noche tibia. Poco sueño. Piel, todo fue piel. El tacto aullando te escribió en mi espejo. Tu piel, tu código de barras con sabor a miel.
Mañanas frías que se alargan en la cama. Mi pereza y el cielo gris que te absorbe a través del brillo de tu ventana en el reflejo de ti mismo. No es la otra cara de la moneda: es la vía de acceso al otro lado. Tus caricias en toda yo. La forma en que me miras mientras me clavas un puñal en el estómago, rajando la carne hacia arriba. Asegurándote. La imagen que te devuelven mis ojos en paz. Me desgarras y te cuelas. No lo evito y te ofrezco asiento. Me tiendes una mano haciendo una reverencia, me adentro contigo y me asomo a mi interior. Soy granate-púrpura. Quizá te equivocaste de ventana. ¿Estás seguro? No necesitas parpadear. Mis dientes cosen poesía al lado de tu ombligo. Confío en tu abismo, cóseme las manos a tus rizos. Vacío. Chirrías en mis ojos, cuánto tiempo ha estado ausente el ritmo de tu voz. Cuánto tiempo callas. Cuánto todo. Marcas no sólo en la piel y sangre invisible. Espadas por doquier, y no hay escudos. Desnudas las hojas, tristes las vainas. No hay quien haga guardia en este tiempo subjetivo. No me quiero marchar, no pensar. Me quieres con bigote pero no para besar. Baúles viajeros que no guardan más que tus silencios. Quién sabrá. Paso veloz redundante, abundante, que nunca marea. Siempre inquietud. No dejo de mirarte. Enigma sobre dos patas de paso ávido que duermen boca abajo, sin apoyo. Dormitas sin necesidad de aire, en el mar. Y yo, en la “s” entre tus dientes. Manantial sin llave, aprietas el detonador. No ha habido tiempo: ya es la cuenta atrás.


Texto: DICIEMBRE 2011

lunes, 20 de agosto de 2012

Reflectante


Los espejos irrompibles pero traspasables, transparentes, de ayer devuelven la misma imagen hoy. La entrega del mejor reflejo, inalcanzable. Deseos escritos en hojas secas, caídas, de esos árboles de otoño. Se reflejan por la otra cara en aguas verdes sin fondo, curiosas, que esperan. Se dejan flotar. Hay algo bajo el agua que no me quieres contar, y me está produciendo burbujas. Bajo a nado, sin aire y sin mente; me sumerjo demente. A brazadas cortas y brazadas largas, el agua tolerante acaricia mis pies, me enfría, me asusta. El universo del mar, con todas sus estrellas y constelaciones hechas corales, con algas que me enredan tirando para sí, que me hacen reír. Tu sofá bajo el mar, con el mismo color, integrándose mejor de lo esperado. El color es perfecto. Tu piel, más oscura, sobre la mía. Color sin luz que se moja sin humedad pero con sudor, con sexo ocular prolongado, sin fin, que no se acaba nunca. No se atasca en la respiración, no da lugar al aire. Va matando al oxígeno, que se muere gimiendo. Suspiras. Sexo es tu sofá. El enredo de los ojos, la trasfusión de la mente. Con la volatilidad del cuerpo no hay pruebas. Velocidad torácica y tacto curioso, con miedo. La luz fuera del barco.

El reciclaje de los iconos ocurre mientras sigues descubriendo espejos. Retinas y pupilas devoran el tiempo y el espacio. No hay frío que muerda más que tú. No hay relojes que existan. Hay agujas y manivelas ruidosas que no cuentan el tiempo hacia atrás. Sólo existe el espacio restante. Hay susurros, no se escapa. Nadie lo señala. Inútil por alargar la mano y sufrir por cerrar el puño. No se escapa, no puede. Hay notas psicodélicas en cómo te rascas, en cada una de tus formas, la nariz. Una risa que sí se escapa, suave, que huye al exterior para existir. Extrema, desde ti. Que sale del espejo y causa esas burbujas en el agua. Polaridades palpables y masticables, que se te ofrecen, imanes que te llevan a la cama en una pecera. Baúles-vivienda debajo del mar. Necesidades subjetivas con sabor a sal, a sopa con fideos ahogados, escondidos, en el fondo del tazón; que maúllan. Ruido en tu entrepierna. Así fueron los orígenes desconocidos, los caminos cruzados paralelos y la demás parafernalia de aspecto imposible procedente del imaginario surreal. 


Texto: DICIEMBRE 2011

Espera rota



Cajas de café en las calles y granos de olor. Mocca. Las piernas frías. Voces de borrachos. Bostezos y alcohol, palabras dirigidas a la Nada chocando contra paredes invisibles, rompiendo contra tus oídos que intentan mostrarse de corcho. Hoy no hay receptor, no hay vítores. A tout vitesse! Todo pesa, y el frío... Son las hojas del otoño; el otoño y el frío de resaca. Han bebido de más. Cantan sin saber, sin escucharse, cuando nadie quiere oír. Piernas que duelen y ojos extraños que se pierden, que ya estaban perdidos. Oídos que duelen, protegidos. Una batería de fondo, olor a viento. Nicotina en el aire, la nariz defraudada. Demasiada luz artificial. Olor a más frío y a velocidad. A falta de trenes futuristas, ruedas que no llegan. Goma gastada sobre el asfalto quemado. Frío a la plancha, en la sartén. Gorros a rayas. Los árboles desnudos sufren el frío para vestir al suelo, antes sin cubrir, suelo desnudo. Misión de otoño. Rectos y torcidos; observo. El tiempo es siempre más subjetivo a las mentes perdidas.  


Texto: DICIEMBRE 2011

martes, 14 de agosto de 2012

Vértigo



Calambres en los pies; las manos, dormidas. Hoy muerde sin saña en sus delirios; muerde sin pausa todos y cada uno de sus deseos confusos, pero no los lastima: los guarda, los cuida. Mima con el calor de sus dientes. Hoy gritan que tu pájaro verde puede cantar, ritmo pop-swing. Pero no me puedes ver; y cantan. Hay días en los que quisiera sonreír con las manos para desabrocharte el pantalón con los dientes de mi alma. Y que no fuese delito ni pecado, ni que se te atascasen mis cadenas. Perpetuamente oirás los chasquidos, el ruido hueco del trinar de mis dientes contra el metal. Botones indecisos y resistencia. Tu lengua me recorrería los pies y tu ombligo me miraría fijamente a los ojos. Inmovilidad quieta, silenciosa, aullando en la sordera de la noche con ruidos, más ruidos, y viento leve. La piel que te cubre se rebela en tu contra y quiere huir. No, eres tú quien quiere despojarse del disfraz más natural, la capa primigenia, que ahora fuera.

El suelo todavía está húmedo. Amo mirarlo mojado y perderme en los reflejos de la luz que me devuelve, en las hojas de otoño, en los garabatos en la piedra, en las imperfecciones del cemento. La textura perfecta del ruido, tersa, suave, firme y maleable, amoldable. Comestible. Que se puede acariciar con tacto peligroso, como el de unos dientes. Ese ruido de las sombras que es más audible que mi voz en llamas cuando te grito por si te pierdes. Ven a cantarme cuentos, a contarme canciones, a describirme al oído cómo ves la vida con los ojos alados, la boca llena de ganas, las manos vacías. Cómo me gusta amar. Amar tus manos tan llenas de deseo en ese imaginario sin fin pero asequible en mi realidad, al otro lado de la única pared que se mantiene en pie.

Erguida sobre ideas inertes espera, paciente, por si acontece. Puede ser, cuando hay derrumbes. Las uñas te crecerán para dentro si no rascas mi sarna, si no me alimentas. Hambre. En paz, con constantes vértigos, hambre que no quiere calmarse y entrar en calor por miedo a perder su voz. Es un hambre que delira, que gusta de existir y precisar atención cuando se requiere; que emana ruidos de guerra y violencia, del misticismo de Gauguin. De las inquietudes muertas que sólo el propio hambre puede volver a prender y quemar después de vivir.


Texto: NOVIEMBRE 2011

(C)Hambre


Te miro y me absorbes. Yo lamo y tú escondes. Llamas para entrar. Tengo un saco lleno de palabras vírgenes improvisado en un calcetín de hilos de lana. La pureza de ese agua setenta por ciento de tu cuerpo que de transparente es punzante insiste en tu nitidez, que duele al reflectarse en mí. Es dolor por desconocer la imagen que te devuelve la verdad de mi espejo. Mis ojos cerrados se adentran en tu piel, tu deseo se abre camino a través de mi cuerpo. Son tus deseos oscuros tus secretos deseados de violar conmigo en tu cama. Los puñales dormidos se esconden bajo las tiras de mi piel junto al sabor oxidado de mi sangre. Es el olor a hambre, al movimiento de las mariposas gástricas que hacen perder el equilibrio de los nervios y que acaban, pegajosas, como regalo extraño para ti. Recuerdas el olor a mantequilla derretida, a cucharadas de calor para endulzar, a vísceras edulcoradas de repente. En ocasiones, el hambre enajena, destruye las gotas de cordura, la propia y la ajena. Lávate las manos y a comer. La guerra fría está servida sobre el mármol blanco de una tabla que gotea. Hoy sin ti sobre la mesa no tengo qué llevarme a la boca.
Me rugen las tripas de ti, soy ruido. Hace poco te mordías los dedos para no escribir. Mi terquedad por mordisquear tus ideas, por acostarme una y otra vez con tu mente. Enhébrame con fuerza, usa todos tus ovillos conmigo. Todo mi hambre es de ti. Te gusto impronunciable, aunque prefieres soñar con tu instinto que tantas veces me ha desnudado ya. Mis ojos te violan una y otra vez, en un descanso pausado. La lengua te sabe a vino. Te voy a comer el corazón. Cóseme, te estoy esperando. Me gusta cómo bailas nocturno, a ciegas, mi vals oscuro del deseo; cómo imaginas mis movimientos obscenos más delicados, cómo despertar conmigo. Tu miedo huele igual que el mío. Mientras afilas mis pies voy a peinar las arrugas de tus sábanas, bailar en singular en el suelo y danzar de puntillas en el sofá.
Me haces tantas cosquillas dentro que voy a estornudar de ti con cara de placer. Silencio sin quietud. Zozobra. Baldosa, pero no azulejo. Yo bebo de tus manos y tú te desbordas; tu ombligo mojado. Si eyaculas en la cavidad de mi estómago roto, sangre mediante, prometo coserme con los dientes hasta en el último centímetro de tu piel. Un día describí masturbarse. Imaginé la vida contigo a través de tus orgasmos visuales y tus viajes celestes en mis orgasmos neurales. Sexo es tu sofá.
No guardes centímetros cúbicos de cerebro sin usar. Retales de suerte sin desenvolver, navajas sin desenvainar ni zapatos que comer. Hoy no hay bolsillos muertos que peinar, canas que erizar, goces olvidados de cavidades abandonadas que en mejores tiempos fueron tráqueas estalladas. La ausencia de los gritos efímeros que las hicieron oxidar se fue por el callejón de atrás sin pagar. La cuenta de los vasos llenos que no se pudieron amortizar. El whisky que tus labios olvidaron besar duerme en ese hedor. El alcohol amó idealizar tus neuronas antes de la muerte súbita. Esos sentidos del olfato podridos entre semillas recién plantadas de humildes garbanzos aún sin germinar se olvidaron apear del vicio impuesto por la necedad. A narices necias, ojos sin piedad. Te quiebro en la verdad. Te oigo sin hablar. Sin vencer al filo del hambre hay aún zonas sin rajar.

Compilación de textos: NOVIEMBRE - DICIEMBRE 2011

martes, 10 de abril de 2012

La función


Y cuanto más no sé cómo hacer, más desapareces. Cuanta más cuenta me doy, más me anclo en el presente; más rompo las cadenas que me ataban atrás, hacia atrás, al contrario que avanza el reloj. Más libertades y sueños anclados al futuro, que es el único lugar donde tienen cabida, en donde pueden instalarse sin el proceso de oxidación que implica el paso del tiempo. Allá en donde viven libres los ojos alados, las ganas flotantes, las ideas perversas y retorcidas que cobran vida con ardor, con afán, con sentido y sin lógica, sin mentes que las aten con cuerdas forjadas en metal. Sin tener que doblegarse, sin agacharse ni inclinarse, sin arrodillarse ante nada ni nadie. Sin un ser superior sin razón. Nadie merece que te quites el sombrero si no quieres, sin estar bajo techo; que te subas la falda o te bajes los pantalones si no te palpitan los oídos a punto de estallar de las ganas. Sigilosos. En pausa. Sin nada que añadir.
Mi voz estaba vacía y la tuya no tenía eco, pero era más fuerte. Tenía más vida. No eran nuestras voces, de ninguno de los dos. Golpes fuertes e improvisados con ruidos extraños y eco a silencio. Gente que habla más de lo necesario y prostituye sus palabras sin un motivo real. Vidas públicas huecas; sin resonancia, sin caja para sonar. Con problemas expuestos a ojos inocentes sin hilo umbilical. Ombligos sorprendidos que callan para escuchar. Tetris inhumanos a base de pudding de letras de chocolate. Bienvenido, llegas justo para el postre. Rompecabezas que no tienen solución; exposición de cacofonías innecesarias mientras se espera un autobús.
Ese tipo de contaminación auditiva existente que se acerca pero que, a la vez, te trata de usted. Esa extrañeza que no se silencia. Oídos ajenos violados impunemente con quejas que son carencias interiores. Todos tenemos algo de transparencia; unos lo enmascaran mejor, otros lo exhiben muy mal. Dicen que escuchar sin permiso está muy feo, pero no se respeta hoy en día el derecho a mantenerse aparte, solo, en uno mismo. No, no te quiero oír, no me obligues, no me estás respetando. Semáforo en rojo, presta atención; sé elegir por mí misma, quiero y puedo. Deje usted de violar mis oídos, vuelva usted mañana. No abuses del poder de la palabra. Respétate un poco. Quiérete más.
Intimidad desconocida, o desconocidos íntimos. Ya no lo sabes, se os han enredado las palabras y los dedos dicen lo que las bocas llevan rato queriendo morder. No sabes de qué va el libro pero te carcome la curiosidad por el capítulo siguiente. Consulta primero con Morfeo en la mañana al despertar, nada más sientas alejarse sus brazos. Sigues sin saber donde estás y a dónde vas. Corre la cortina, ya estás sobre el escenario. Que empiece la función. 


Texto: DICIEMBRE 2011

viernes, 27 de enero de 2012

Ruido de madrugada


Terrible ruido visual de madrugada. Terrible y hermoso, en mi escala de grises. Con Sieff, con Woodman; plagado de lo que nace plantado en mi eco. Grises con luz y con sombra, más controlada que nunca; sombra improvisada. Juego de azar de luz que mareas el estómago y das dolor de cabeza. Como siga teniendo tanto que sacar me voy a vomitar a mí misma. Más dolor en la boca del estómago que en la cabeza. Dolor que quiere gritar, chillar con todas sus fuerzas. Que quiere rugir, mugir, ladrar. Quiere aullar en los tejados eternamente grises, gritando entre susurros, viendo con los ojos cerrados, oyendo en los oídos perjudicados. Oídos enjabonados que siguen sucios por tus palabras. De entre todas las palabras hermosas, y terribles, que existen y las que quedan por existir, escogiste sin importar. Nunca hay diferencia. Cuatro años atrás en proyección, sin diferencias. La no diferencia ya no existe; y no existes tú sin importar. No importa ya que existas.
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Hay calambres en los pies; las manos, dormidas. Hoy muerde sin saña en sus delirios; muerde sin pausa todos y cada uno de sus deseos confusos, pero no los lastima: los guarda, los cuida. Mima con el calor de sus dientes. Hoy gritan que tu pájaro verde puede cantar, ritmo pop-swing. Pero no me puedes ver; y cantan. Hay días en los que quisiera sonreír con las manos para desabrocharte el pantalón con los dientes de mi alma. Y que no fuese delito ni pecado, ni que se te atascasen cadenas.
Perpetuamente oirás los chasquidos, el ruido hueco del trinar de mis dientes contra el metal. El repiqueteo. Botones indecisos y resistencia. Tu lengua me recorrería los pies y tu ombligo me miraría fijamente a los ojos. Inmovilidad quieta, silenciosa, aullando en la sordera de la noche con ruidos, más ruidos, y viento leve. La piel que te cubre se rebela en tu contra y quiere huir. No, eres tú quien quiere despojarse del disfraz más natural, la capa primigenia que, ahora... fuera.
El suelo todavía está húmedo. Amo mirarlo mojado y perderme en los reflejos de la luz que me devuelve, en las hojas de otoño, en los garabatos en la piedra, en las imperfecciones del cemento. La textura perfecta del ruido, tersa, suave, firme y maleable, amoldable. Comestible. Que se puede acariciar con tacto peligroso, como el de unos dientes. Ese ruido de las sombras que es más audible que mi voz en llamas cuando te grito por si te pierdes. Ven a cantarme cuentos, a contarme canciones, a describirme al oído cómo ves la vida con los ojos alados, la boca llena de ganas, las manos vacías. Cómo me gusta amar. Amar tus manos tan llenas de deseo en ese imaginario sin fin pero asequible en mi realidad, al otro lado de la única pared que se mantiene en pie.
Erguida sobre ideas inertes espera, paciente, por si acontece. Puede ser, cuando hay derrumbes. Las uñas te crecerán hacia dentro si no rascas mi sarna, si no me alimentas. Hambre. En paz, con constantes vértigos, hambre que no quiere calmarse y entrar en calor por miedo a perder su voz. Es un hambre que delira, que gusta de existir y precisar atención cuando se requiere; que emana ruidos de guerra y violencia, del misticismo de Gauguin. De las inquietudes muertas que sólo el propio hambre puede volver a prender y quemar después de vivir.  

Texto: NOVIEMBRE 2011

jueves, 19 de enero de 2012

Revólver


Cuántas voces desagradables corren sueltas, libres, veloces, por las autopistas del mundo. Cuántos oídos ignorantes viven ajenos a su cruel existencia, a su presencia. A su ruido. Todo depende de lo que queramos escuchar. Hoy se me ha olvidado oír; en mis oídos maleducados la vida hoy no suena tan difícil si sé que quiero callar y atrapar en ellos, si pongo barreras sin pensar, si no siento al escribir. Vuelvo a empuñarte hoy, a aburrirme sin arriesgar fruta en el campo de batalla; fruta que nace inerte donde muere la violencia, donde bailan los cadáveres y los labios de color rojo. Allá donde el color rojo muere.
Revólver, vuelvo a acariciarte, a hacerte gemir entre mis manos, con mi boca. Revólver. Cuántos labios tristes, ceñidos y fruncidos, repugnados y repelidos. Cuántas bocas que no funcionan; estropeadas, muertas, que quieren morir y matar. Labios con sed de destruir, que no quieren vivir. Y yo, desnuda en mitad del asfalto, sin disfraces, sin fingir, despojada de lo inservible. No se puede comprar. No hay dinero que todo lo pueda. No era mi intención empuñarte hoy, pero se convirtió en deseo y, con el deseo, llegó el veneno. Con el veneno las personas tienen la boca triste, los oídos dormidos, los labios muertos. La voz carcomida y profanada, los ojos llenos de agujeros. Todo se allana, sin curvas. No hay paredes y no hay montañas, no hay muros ni rascacielos. Sin aire no hay vida. Los ritmos frenéticos imposibles de no disparar hacen olvidar a las personas que se debe respirar. Los hombros, altos y tensos, desean caer muertos y descansar. Las voces, sin ritmo. Asesinas de palabras, colman las calles y los rincones; abniegan de sí mismas, reniegan de su propia textura, que te toca e intenta arrancarte el aire desde dentro.
Ven a salvarme en este pozo de voces vacías, ven a amarme esta noche por si después no hay mañana, por si mañana mis piernas no aceptan intrusos por miedo a las voces extrañas. Ven y ámame hoy por si no quisiera ver la luz de mañana, por si negase oír todas esas voces y metiese la tuya en el mismo saco. Por si aún no lo sé y descubres que tu voz tiene efecto sobre mí. Por si tu voz verde me da el aire que hoy necesito, el aire que se me acaba y me ahoga por seguir dándome de comer oxígeno. Hoy quizá tampoco tú seas real.  

Texto: NOVIEMBRE 2011

martes, 20 de diciembre de 2011

Noviembre agrio Vol. II

Santa María del Mar, Barcelona (Septiembre 2009)

Noches de vampiria absoluta. De necesidad de sangre, de metamorfosis indiferente. De no comprender que todo era real, y que nadie era consciente. Ya no sé cómo escupir los pedazos indigestados de esta fracción de mi vida sin agrietarme las ganas, quebrantarme la mente o sonorizar mi dolor mientras se me destruye la voz. Drogas para el alma. Necedad, no necesidad. Nunca mereciste aquel puesto privilegiado en mi fábrica de sueños.
Katharsis al más puro estilo griego. Hoy lluevo. A trompicones escupo todos mis pensamientos imaginados, todos saliendo; todos aquellos que, una vez más, nacieron para ser sentimiento, una pequeña sensación de nervios en el estómago que venía a la vida para quedarse en el mundo de las Ideas. Cuántos fueron no lo sé. Algunos, identificables, tienen la posibilidad de ser controlados; otros, inidentificables, disfrutan de su belleza. Ése es nuestro error. Quizá los alimentamos en vano, sabiéndolos recuerdos de un futuro no real, de todo aquello que nuestra mente se esfuerza en provocar y evocar como momentos de una vida que nos gustaría vivir. Momentos en la mente de un futuro con ganas, ideal, mentalmente bello e ideal. Los cuidamos con especial atención y cariño porque sabemos que no vendrán, no nacerán en este mundo. El error es pensar que una reminiscencia se convertirá en realidad; tan sólo quedaría destrozada en el campo de la vida real. Eso afectaría a su existencia originaria en nuestro mundo de las Ideas. Se atrofiaría, rompería, agrietaría, contraería, deconstruiría, y todo eso dolería más que lo que hubiera sido su existencia perfecta en el mundo que le corresponde... el de las Ideas. El de las mentes. Todo se conserva mejor, y es especialmente cuidado, sin estropearse nunca, por esa realidad paralela de la atemporalidad que me resulta fascinante. Como en la fotografía. Lo celebro igual, o más, que Rosalind Krauss. Es algo sólo existente en la fotografía y en estas reminiscencias que he llamado futuras pero son en realidad atemporales; en los pensamientos que construyen, con muros, nuestras ciudades mentales. Los muros que nos construyen por dentro, que se alzan altivos, dignos, fuertes; que no miran hacia abajo, sino al frente. Imposibles de derribar. Son las emociones el punto originario que da paso y desarrollo a la imaginación.
Dijiste que nunca has sabido medir mis emociones. Nunca supiste ponerlas al lado de tu propia escala. Comparar no, pero medir sí. Nunca has intentado medirme, no quisiste acercarte. Quizá quisieras, pero no lo hiciste. Quizá no sabías. Quizá te asustaba. Intención con ausencia, la mayoría de las veces.
No sé cómo, ni por qué, me he sentido más cercana a esas personas presentes en mi imaginario futuro; y, de repente, ahora desaparecen. Me quedo fría. Algo nos unía en el mundo real y en el otro, en ése más ideal. Pero ya no habrá más puntos que cortan la recta, no en esta línea.
Contradicciones sin masticar. Lugares a los que finalmente no volé. Llamas que arden en mis cenizas. Un día me fui, y todo cambió. Al volver todo estaba vacío y no había eco porque las paredes habían desaparecido. Ojalá nunca hubiésemos vuelto de abril. Toc, toc... en tu pecho. Ya no hay nadie. No eres tú lo que duele, es el vacío. No es tuyo, es mío. No te apropies de lo que no eres dueño. Yo no salí de allí, ¿no lo viste? Ojalá disfrutase, como tiempo atrás, de mi vacuidad interior tan desaparecida ahora. Ya no tengo eco. 

Si tan sólo lograse sacar una mínima parte de lo que tengo adentro, lo que me clava las uñas por salir, me araña las entrañas, me hace blasfemar contra ti, contra mi impotencia y mi dolor. Contra mis recuerdos más amados. Contra la vida. Y blasfemar contra la vida es pisar el escalón más bajo de la escalera, tropezar, caer de repente sin arnés, de espaldas, en el vacío. El tiempo no tiene piedad, todo lo marchita y lo mata. Yo me oponía. Las personas lo permiten. Sigo en pie en esta expedición antropológica en la que me agradecías haber aparecido porque tanto tiempo te sentiste solo. La misma en la que has decidido abandonarme sin ton ni son porque, de repente, te apetece volver a aquel punto muerto en el que aparecí. El mismo en el que tanto celebrabas mi presencia. No recuerdo el momento exacto en el que hice mutis por el foro, aquel en el que me sacaste de tu escenario, en el que cortaste las únicas alas con las que podía volar. Me he quedado coja y manca, y no sé activar mi sensor de movimiento, entrar en calor. Me hielas. No recuerdo cuándo tus ganas empezaron a apagarse cuando mi voz dejó de sonar en tus oídos; cuándo mi imagen empezó a verse borrosa en tus pupilas, ante tus ojos. Cuándo empezaste a difuminarme sin yo sentirlo. Siempre fuiste tú quien llevó los pesos livianos.
Mi mente reza que tienes obligatoriamente que creer, aunque sea para tus adentros, que todo lo puedes. Nunca te faltará, entonces, lo necesario. Lo que sí es necesidad imperiosa. De lo contrario, ya lo viste. Te ganó el pulso. Nunca te diste cuenta de que el débil eras tú. Y yo... Sólo quiero vomitarme. Tanto aprendí a escucharte que no supiste ver que yo también necesitaba unos oídos. Tanto que desaprendí a hablar. 

No, no almacenas caché, y no te atreves a negarlo. Te ves necio. Total, para qué desperdiciar espacio en el disco duro de memoria.
Texto: NOVIEMBRE 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

NNoviembre agrio Vol. I

Errores cognitivos. ¿Y si...? Hay tantos días en que el cielo no te invita a salir de la cama... Voy a vomitar el estómago. Puede que entonces se me agoten las náuseas mentales y mueran mis paranoias, mis ideas macabras para acabar contigo. Formas de dolor físico en que recrearme para tu mejor entendimiento de mis vísceras doloridas, mostradas y exhibidas al verme abierta en canal. Vuelvo a escribir crudo y desnuda. Ensangrentada, con mareos. Eres un ser mecánico. Tienes un acabado perfecto que oculta lo metálico de tus engranajes y fuelles, de toda tu tecnología punta, tu sistema operativo X OS v3.1, tu inteligencia fría y calculadora. En ese orden. Siempre fría. Cuanto más odies mis palabras más te las haré escuchar. Lo mismo hiciste con tu indiferencia. La sensación es que reirás eterna y profundamente hasta dejarme un socabón en el pecho de ridiculez y otro de humillación. Prefiero sentirlo de cualquier modo, no como tú, inerte, indiferente, ajeno y aparte. Yo prefiero sentir, y sentirme humana. 
Ya sólo me laten las tripas, y el corazón tiene un hambre corrosivo, con todo mi mal fondo. Lo saco sólo para ti. De las tripas que me quedan, pocas son las intactas. Me estoy deshaciendo de ellas como tú de mí. Prefiero amor y después odio, y poder quedarme clara y pura cuando se me vaya todo antes que no ser capaz de sentir. La Nada te acabará engullendo. Mostrarme como soy, libro abierto, transparente. ¿Recuerdas? Fueron tus palabras... No como tú, nunca como tú. Se te ha ido de las manos el gusto por ser y negar ser un robot de Asimov de ésos que tanto amas. Una vez apagaste mis odios más tediosos, los dormiste y alejaste. Ahora me los regalas de vuelta, de golpe, en bandeja de plata y servidos sobre la alfombra roja. Quizá me echaban de menos. No como tú. Gracias por pensar en mí. Has tenido tanto durante toda tu vida que aún te falta mucho por valorar. No sabes mirarte las manos vacías, recrearte en el dolor de los agujeros en ellas, en el sentirlas descarnadas por necesidad y por angustia, por el daño. No lo sabes. Hay tantas cosas que no sabes.                                                                                   
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No sé cuántas palabras me estoy tragando sin morder ni masticar. Perdí la cuenta. Lluevo. No acierto a decidir si debí haber retrasado o acortado la confianza, el punto, el momento exacto en que me dejé caer en tus manos, en que me dejé desnudar mental, verbal y físicamente, en que me entregué invisiblemente fiel y humilde con timidez y sin armas. El dolor vuelve a instalarse bajo la piel, ya tan desgastada. Ya no sé si es “el” o “mi” dolor, “la” o “mi” piel. Esta piel que es mía, que ya no quiero, que regalo por ahí para no tener que soportar.
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Es lo que ocurre cuando se rumian viejos ardores de estómago. Hacía tiempo que no me sentía tan fuera de sitio; en mi ciudad, en mi casa. Las calles, las plazas, llenas de árboles esclavizados públicamente con una mera finalidad estética casi invisible. Irreparable; en la que no se puede reparar. Qué poco acertada soy con lo que quiero decir cada vez que la parálisis me ataca. Largo tiempo de actividad; parón repentino que parece haber desactivado mi modo predeterminado. Renovarse o matar. Y hoy, si hay que vomitar, se vomita.


Texto: NOVIEMBRE 2011

Punto muerto

Muradas, Ourense (Abril 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer

Tengo las manos ensangrentadas de tanto rascarme el corazón; la mente en carne viva de tanta dentellada insolente, y mi alma se retuerce al ritmo de una obertura rusa. Ebullición, ¿cuándo te irás? ¿Cuándo me dejarás dormir, cuándo en paz? De tanta indecisión me palpitan, muertas, las ganas bajo el calor; me arropa la manta del abandono y me cobijo en tus sonidos, en tu voz. Noches tan frías que me desamparan sin luz, entre la colisión constante de las nubes sin salvar, las que rompen tanto a llorar como a gritar bajo este cielo gris de desolación. Inmunda tristeza que se cuela bajo la piel, que se filtra por los poros, los oídos, la nariz. Contaminación del aire limpio que nos llega. Enferma la respiración y la rebelión, la revolución real e irreal que tanto sentido cobra en los mundos de las ideas. Se contagian, públicos, los espíritus; se talan árboles con acritud, sin sentimiento se arranca la hierba de su lugar de nacimiento. Se tira todo a un vertedero común, una fosa de cadáveres de ideas bellas y hermosas que decidimos no seguir. Se desperdicia todo aquello que no se puede reciclar. Hoy le dedico un réquiem a las flores.
Pira y funeral de sentimientos que me perturba, que me posee, que me lleva a un purgatorio del que no quiero salir. Me regocijo en el calor de mi necedad, necesaria por el momento en algunos días como hoy en los que se pierde la fe en el conjunto, sintiéndote aparte y sin comprender nada, volviendo a tus parcas palabras. Como si no estuvieses allí. Estás muy lejos, todo se ve borroso. No ves nada, todo se fue. Desapareciste. Sigues sin saber qué haces aquí, para qué sirve tu presencia, que vives ajena y solitaria. Sin saber qué cometido debieron haberte encomendado en tu planeta antes de desembarcar y sucumbir al destrozo de la mente, a las ganas inertes, al ardor sin sal y sin cebolla en esta sartén que te quema. Ni siquiera tiene aceite para darte un baño caliente. Olvidabas que hoy es uno de esos días en que no puedes permitirte que la ebullición te ciegue. Debes dar gracias por la presencia de la sartén en tu vida, del fuego que te quema y la piel que aún no ha sido arrancada a tiras y que te ayuda a oler tu miedo, a sentir tu dolor abrasado. Qué mal olor desprendes, inerte, agradable dentro de lo que cabe. Cuando te dejas arrasar por ti, por nadie más que tú misma, o eso crees.
La sucesión de imágenes en tu mente te asusta tanto que cesas en el intento de describirlas. Ya habrá noches más productivas cuando puedas cerrar los ojos sin el palpitar en celo de tu sala de control en llamas. Sin humaredas ni gritos. Intentas apagar las llamas a soplidos, con respuestas para sus insidias, con vértebras indoloras y músculos sin agarrotar. Todo está en tu cuello, tan frío y solo, tan tímido y desnudo hoy. Que el letargo de los pensamientos se apiade de ti pronto para que aprendas a descansar mañana, a no hacer creer que no te gusta dormir ni te importa cuidarte. Quiérete un poco en tu soledad de esta noche de lluvia que sazona la mejor irracionalidad dentro de ti.
Inténtalo un poco, una vez más. En la desesperación del canto de los pájaros sin sueño, a horas mugrientas; dentro del martilleo imparable de la boca de tu estómago. El efecto sería parecido al de una gota cayendo sobre tu cabeza durante años si no consigues dormir antes de mañana. Un día menos. Tu cuerpo ya no reacciona como antaño, y te oscurece el corazón el presentimiento roto de enfrentarte a ti como si no te conocieses, como si fueses un extraño con el que empezar desde cero. Un extraño deseado de conocer, deseoso por conocerte. 


Con el paso del tiempo la madera se pudre. No le importas a nadie más que a ti.  
Texto: NOVIEMBRE 2011

Invierno

Rabia incontenida por sentir las orejas desnudas en invierno. El poco pelo no las tapa, el gorro apenas las resguarda; las perforaciones, a la vista, quedan cruelmente expuestas. Hoy se te olvidó decorarlas con cualquiera de los cientos de pares de adornos que duermen, por tu fetiche, en los distintos rincones de tu habitación. Su desnudez sin vergüenza, dejada al viento. Tenues gotas de agua que caen del cielo pero no mojan, que acarician sin peligro aquellas superficies en que se posan. Inocuas, indelebles, pero coloras y saboras. Así se te antoja el invierno, mucho más desconocido e imprevisible que al principio. La ciudad vieja queda rodeada por casas y demás construcciones del pasado. Aún te da la bienvenida; si no estás receptiva ése es tu problema. Saboréalo, mastícalo. Entra en tu proceso de la rumia, no tengas miedo. Vomitar y volver a comer es el ciclo necesario. Devuélvete las fuerzas que necesitas, las ganas que ansías de salir de este letargo que tan terriblemente parece eterno. Todo tiene su fin; sí, y el letargo también.
Cómo desconectar o cortar el cable de alimentación de la ebullición mental... Si las tijeras no cortan y las manos no proporcionan la fuerza necesaria. Siempre se puede barajar la posibilidad de morder.
Texto: NOVIEMBRE 2011